Según se desprende de la investigación, realizada en la Universidad de Tufts (Massachusetts) por Kevin P. Gallagher, Amos Irwin y Katherine Koleski, las finanzas chinas pueden contribuir a un mayor espacio político para América Latina, pero esta independencia también tiene su costo.
Las fuentes financieras tradicionales comenzaron a secarse tras el estallido de la crisis en Wall Street en 2008 y este espacio fue ocupado por China con una rapidez sorprendente. Los créditos chinos a América Latina crecieron de menos de mil millones de dólares en 2008 a más de 36.000 millones a fines de 2010. El año pasado, el país asiático superó a la Unión Europea como segundo socio comercial de la región y ya supera a Estados Unidos en Brasil y en Chile, a pesar del acuerdo bilateral chileno-estadounidense de libre comercio.
Los préstamos a América Latina desde 2005 superan los 75.000 millones de dólares, más de la mitad del total de créditos externos concedidos por China. El estudio concluye que éstos han sido «particularmente valiosos» para países que no pueden acceder fácilmente a los mercados internacionales de capitales, como Argentina, Ecuador y Venezuela.
Esta sorpresiva irrupción china en las finanzas latinoamericanas está generando muchas polémicas y algunos mitos: se dice que desplazó a los prestamistas tradicionales porque ofrece intereses más bajos, mientras exige pago en petróleo en condiciones leoninas ahora que los precios del crudo vuelven a subir. Se argumenta que no impone condiciones para sus créditos, por un lado, y por otro que sus préstamos son destructivos para el medio ambiente.
Sin embargo, el informe demuestra que los intereses pagados por América Latina a China no son tan bajos. Por ejemplo, el Banco Chino de Desarrollo (BCD) extendió en 2010 un crédito a Argentina por 10.000 millones de dólares a una tasa de seiscientos puntos básicos (o sea, seis por ciento) por encima de la tasa Libor del mercado interbancario de Londres, que es la referencia internacional. En el mismo año, el Banco Mundial prestó treinta millones de dólares a Argentina a una tasa de apenas ochenta y cinco puntos básicos por encima del Libor.
Pero esta comparación es algo engañosa. El Banco Mundial ofrece tasas de interés bajas como una forma de ayuda, mientras que para China el «desarrollo» que promueve el BCD no tiene nada que ver con caridad, sino con apoyo a la infraestructura económica. En cambio, el Export-Import Bank de China generalmente ofrece tasas de interés más bajas que el Ex-Im Bank de Estados Unidos. Beijing concibe al comercio como mutuamente beneficioso y no tiene ningún reparo en promoverlo con créditos «blandos».
Sí es cierto, en cambio, que los bancos chinos no imponen condicionalidades políticas a sus préstamos, tal como lo hacen las instituciones financieras internacionales (conocidas como IFIs y que incluyen al Banco Mundial, el FMI y bancos regionales como el BID). Los autores del informe concluyen que, en su apoyo a la industria y la infraestructura, China promueve «un desarrollo de largo plazo en vez de la última moda de las agencias de desarrollo occidentales». Si bien no interfiere con condicionalidades en las opciones políticas de los países a los que presta, si requiere a cambio de sus créditos la compra de equipos chinos y, a veces, acuerdos de venta de petróleo.
Sin embargo, al «pagar con petróleo» los préstamos, la amortización se calcula a los precios del día. El interés chino no es lograr un precio más barato que el del mercado, sino un aprovisionamiento estable y seguro. La utilización de las finanzas y el apoyo tecnológico para conseguir acceso de largo plazo a las materias primas no es nada nuevo. Japón tenía acuerdos similares con China en los años setenta del siglo pasado y ahora Beijing está replicando el mismo formato con América Latina.
El requerimiento de comprar productos, servicios y tecnología china sí puede ser nocivo, ya que muchas veces va en detrimento de productores y mano de obra locales. En cuanto a las normas ambientales, los autores señalan que sí existen, aunque son menos exigentes que las de las IFIs. Esto va a cambiar próximamente, ya que China y Estados Unidos están negociando la homogeneización de las normas de sus respectivos bancos Ex-Im para que ambos apliquen estándares internacionales.
¿Las finanzas chinas son, entonces, parte de una arremetida político-ideológica motivada por el interés de promover la cooperación Sur-Sur o se trata apenas de promover los intereses comerciales chinos? El informe no da una respuesta contundente. Toda la actividad financiera china en América Latina se realiza, sin duda, con la bendición de las autoridades políticas de Beijing, pero está ejecutada por bancos estatales comerciales cuyos ejecutivos deben mostrar ganancias al final del ejercicio.