Hace algunos años, cuando promediaba el gobierno de Néstor Kirchner, los humanistas comenzamos a observar con agrado muchas de las políticas que se estaban llevando adelante.
En el aspecto económico, buena parte de las propuestas que habíamos impulsado, antes del derrumbe de la Convertibilidad, se estaban llevando adelante. El tipo de cambio competitivo motorizó el crecimiento y mediante una inteligente política fiscal y cambiaria, se generó el superávit fiscal y comercial que permitió fortalecer el modelo. Las reservas acumuladas impedían cualquier ataque especulativo, y el superávit fiscal permitía financiar políticas sociales que alimentaban el círculo virtuoso del crecimiento. Más tarde, ya con Cristina en la presidencia, durante el conflicto en torno a la 125, cuando lo más reaccionario de la sociedad se plegaba a las presiones de los grupos económicos vinculados al agro, los humanistas manifestamos nuestro apoyo explícito al gobierno, porque era un momento de claras definiciones.
Pero los humanistas siempre queremos ir más a fondo. Siempre dijimos que en el aspecto económico, no eran suficientes las políticas neokeynesianas, porque si no se transformaba la lógica distributiva del sistema capitalista, y la lógica especulativa del capital financiero, no se lograría dar un verdadero salto cualitativo, y hasta se podría retroceder. Y hoy estamos ante esa disyuntiva, porque no se trata solo de “sintonía fina”, sino de modificar contradicciones de fondo.
Hoy las cuentas públicas son deficitarias, en buena medida por los subsidios indiscriminados a quienes no lo necesitaban y a los empresarios corruptos que administran las empresas públicas, en componendas con funcionarios también corruptos. Pero también son deficitarias porque cuando no se revierte el plano inclinado de la matriz distributiva capitalista, siempre hace falta cada vez más dinero para proteger a los marginados, cuya cantidad no disminuye. Y eso se logra con una Reforma Tributaria profunda, algo que venimos reclamando hace décadas, y que aún no se ha hecho, a pesar del poder político con que se cuenta.
Y otro viejo reclamo es la reforma al sistema financiero, para que el ahorro se canalice hacia la inversión productiva y no hacia la especulación (Documento Humanista). En ese sentido coincidimos con Carlos Heller, en su definición de la actividad financiera como un servicio público, y valoramos su intento de transformar dicha actividad mediante un proyecto de ley que, lamentablemente, parece destinado a ser *“cajoneado”* por el gobierno.
En lugar de reformar el sistema financiero, se flexibilizarán las funciones del Banco Central reformando su Carta Orgánica. Ese proyecto plantea muchas cuestiones positivas, que podrían también ser útiles para direccionar el crédito, y confiamos en que la Presidenta del Banco Central pondrá lo mejor de sí para que esas herramientas se usen en ese sentido. Pero el problema de fondo son las presiones que tendrá para que el Estado use las reservas del Central para cubrir el déficit que debiera resolver con otras herramientas. Porque ya gran parte de las reservas no son divisas sino títulos de deuda, y si se sigue ese camino, se expondrán a los ataques especulativos, y la hiperinflación estará a la vuelta de la esquina.
Desde luego que estamos de acuerdo con que el Banco Central tenga un rol más activo, y no se limite a lo que manda la ortodoxia neoliberal. Pero una cosa es financiar la inversión productiva, y otra cosa es financiar la dilapidación de recursos que terminan en los empresarios amigos del poder.
De modo que, en los términos del Apoyo Crítico con el que acompañamos la dirección general del modelo, vale la crítica sobre estos puntos, en los que nos parece que no se están solucionando las cuestiones de fondo, y como los procesos históricos no son estáticos, cuando no se avanza, se retrocede. Y hay que señalarlo cuando aún estamos a tiempo.
Guillermo Sullings Equipo Coordinador Partido Humanista Internacional