La situación del planeta es grave: lo es la situación de nuestra casa, el planeta tierra, lo es aquella energética, con el fantasma del agotamiento de los recursos en cualquier momento; hay un sistema en crisis, los valores en los que creíamos colectivamente hasta hace poco tiempo no parecen corresponder a la realidad; además está profundamente en crisis la economía (el arte de gobernar la propria casa, como decían los antíguos) y se intuye que se pueda producir una implosión de todo un sistema debido a la tremenda especulación en curso.
Todo esto está a la vista de todos, aunque las avestruces continúen proliferando y haciendo como si nada ocurriera.
Lo que a mí me impacta es que, entre las personas más sensibles y más concientes de la crisis, exista la tendencia a buscar culpables entre los seres humanos o en el mismo ser humano, como especie. Como si existiera una suerte de maldad innata en el hombre, una especie de sed de destrucción, que produce todos los desastres del mundo.
Intentemos aclarar este asunto: es evidente que en este planeta existe un animal que trabaja más que los demás en la transformación del ambiente que lo rodea; es obvio que este proceso haya tenido una aceleración en los últimos 150 años. En esta obra de transformación y de adaptación de su casa a sus necesidades la especie humana ha seguido algunas vías inapropiadas: el tema está en comprender aquello que han sido simples intentos erróneos y lo que se ha convertido en una linea precisa de conducta.
En primer lugar precisemos que la especie humana está actualmente formada por 7 mil millones de individuos; que el 85% de la energía se consume por los del primer mundo que son claramente una minoría y que ya las personas que han sido declaradas en riesgo de morir de hambre llegaron a los mil millones; precisado eso debemos decir que atribuir a la humanidad como conjunto la culpa de la crisis actual resulta ofensivo para la gran mayoría de personas que solo padecen los efectos de la situación actual.
¿Entonces tenemos que pensar en los habitantes gordos del primer munod, esos que botan toneladas de alimentos al año, adhieren al sistema de valores consumistas, dejan las luces encendidas y odian a los ecologistas y a cualquier forma de protesta?
Con ellos algunos se enojan sin comprender que, aunque se le pidiera coherencia a cada ser humano del planeta, sería mejor diferenciar con exactitud a los verdaderos culpables de la crisis.
¿Porqué el tema recurrente y lógico de invertir en las pequeñas obras en vez que en las grandes no es acogido? ¿Porqué las descargas en vez del reciclaje, porqué las armas en vez de los arados?
Porqué para comprar armas y para hacer agujeros por donde pasn los Trenes de Alta Velocidad se necesita tanto dinero y ese dinero lo tienen solamente algunas instituciones: los bancos y la especulación financiera. Y esas instituciones están allí para prestarlo a un interesante interés (para ellos).
Este procedimiento de prestamo y el consiguiente endeudamiento nace después de la Segunda Guerra, en los distintos boom de reconstrucción y tiene su momento crucial en la eliminación de la famosa equivalencia entre el oro y el dólar: de allì que la especulación corre sueltamente y la relación entre economía productiva y economía especulativa se revierte: en los años ’70 era 70-30 a favor de la producción y ahora es exactamente a la inversa.
¿Y quiénes son las personas que verdaderamente ganan con esto? Pocas centenas en el mundo. ¿Queremos definirlos como los verdaderamente auténticos representantes de la humanidad o más bien como una evidente degeneración del libre albedrío humano?
Estos son los culpables: los que, conscientemente, han manipulado la información, han creado los deseos falsos, han ilusionado a algunas personas pero sobretodo han depredado a cientos de millones de otras personas de sus recursos naturales y humanos, transformándolos simplemente en cosa, en prótesis de sus nefastas intenciones.
Asì, predicando en el primer mundo, como nos sucede habitualmente hacerlo, pedimos a cada uno coherencia y el esfuerzo por cambiar de dirección; pero aclaremos a todos que los verdaderos culpables son los especuladores financieros, los boss de los bancos, los Directorios anónimos que se compran porciones enteras de los estados para hacer sus propios negocios. Y que el hombre de la calle, en todas partes del mundo, es una víctima más o menos inconsciente que necesita de un faro para poder cambiar de dirección.