Hugo Araya se fue con discresión, sin sufrimiento, velozmente. Se fue como vivió: haciendo manifiesto su enorme respeto por la libertad y por la intimidad. Se dió el tiempo necesario y – sin estridencias – partió raudo desde la etapa en la que estaba sin duda mejor que nunca. Pudo haber sido un paro cardíaco, o simplemente se quedó en el sueño… no lo sabemos. Pero tenemos la certeza de que no quiso molestar a nadie y se entregó a su tránsito en paz.
Este humanista que sumó esfuerzos de rebelión ante la dictadura, que luego recorrió el país golpeando puerta a puerta para ir formando el primer partido de oposición que se legalizara, que fue de los voluntarios incansables de las campañas parlamentarias y puente entre distintos cargos del gobierno democrático y la base social, pasó posteriormente a aportar su formidable sentido del humor a las causas del desarme y de la convergencia entre las diversas culturas.
En los últimos años, Hugo tomó su propio destino y trabajó en la búsqueda de lo trascendente. Con su amor por Budha, estudió en profundidad a Silo y emprendió el camino de la meditación para ir al encuentro de la Mente.
Y una vez que sintió que podía comprender y vivir con coherencia, se ofreció nuevamente para ser un voluntario difundiendo estas ideas y debatiéndolas desde la Feria del Libro, en el intercambio muy activo con diversos grupos, marchando codo a codo con los estudiantes y por una Patagonia Sin Represas, moviéndose para denunciar lo inaceptable.
Elevamos hoy nuestros más profundo agradecimiento por su amistad y por la posibilidad de haber hecho juntos un tramo de esta ruta, en la confianza de su luminosa transformación.