Appadurai es una estudiante del instituto College of the Atlantic de Bar Harbor, Maine, especializado en ecología, que se dirigió al plenario en nombre de la delegación de jóvenes. Agregó: «En todo este tiempo, no cumplieron con los compromisos asumidos, no lograron las metas y rompieron sus promesas. Pero ya escucharon esto antes. Estamos en África, donde viven las comunidades más amenazadas por el cambio climático. Los países más pobres del mundo necesitan fondos para adaptación ahora».
Cuando terminó su discurso se puso a un costado del podio y con el micrófono apagado gritó a la enorme sala repleta de diplomáticos serios «¡Probando micrófono!», al igual que se hace en las protestas del movimiento Occupy. Entonces una multitud de jóvenes se puso de pie y comenzó a repetir junto a ella las consignas: «Igualdad ya», «No les quedan excusas». Se nos acaba el tiempo» y «Actúen ya».
Esto sucedió el viernes pasado en la sesión de clausura de la COP 17. Las negociaciones se prolongaron casi sin pausa hasta el domingo inclusive, con la esperanza de evitar un fracaso absoluto. Se debatió sobre la redacción y el fraseo –por ejemplo, el reemplazo de la expresión «acuerdo legal» por «un resultado acordado con fuerza legal», que parece haber sido el preferido en la Plataforma de Durban a pesar de las objeciones de India.
Los países participantes acordaron un calendario que se supone conducirá a un acuerdo en 2015 que comprometería a todos los países a reducir sus emisiones recién a partir de 2020, o sea, dentro de ocho años.
El ambientalista nigeriano Nnimmo Bassey, Presidente de Amigos de la Tierra Internacional, me dijo: «Un plazo de aquí a ocho años es una sentencia de muerte para África». Y agregó: «Estamos en una situación en la que se está negociando sobre una gran plataforma de hipocresía, falta de seriedad y falta de reconocimiento de que África está siendo gravemente afectada. Por cada aumento de un grado Celsius en la temperatura, África recibe un impacto mas profundo». Nnimmo Bassey describe la gravedad de las amenazas inmediatas en su nuevo libro sobre África titulado «To Cook a Continent» (Cocinar un continente).
Bassey es una de las tantas personas a las que les preocupa la absoluta falta de ambición que implica la Plataforma de Durban, que posterga hasta 2020 la reducción real y legalmente vinculante de las emisiones, a pesar de que los científicos a nivel mundial coinciden en que la meta fijada de limitar el aumento de la temperatura promedio mundial a 2 grados Celsius (3,6 grados Farenheit) pronto será imposible de lograr. En su informe Perspectiva Mundial de la Energía publicado en noviembre, la Agencia Internacional de Energía prevé que «la acumulación de emisiones de CO2 (dióxido de carbono) en los próximos 25 años representará el 75% del total acumulado en los últimos 110 años, lo que provocará un aumento a largo plazo de 3,5 grados Celsius de la temperatura promedio».
A pesar de las declaraciones optimistas que lo contradicen, muchos piensan que el Protocolo de Kioto murió en Durban. Pablo Solón, ex embajador de Bolivia ante las Naciones Unidas y ex principal negociador de clima de dicho país, afirma que ahora Kioto es un «acuerdo zombie», que se mantendrá en pie durante cinco o siete años más, pero sin fuerza ni impacto alguno. Solón afirmó: «Decidieron no hacer reducciones drásticas ahora, entonces vamos a ser testigos de un grave aumento de la temperatura en los próximos años, y ésta se conocerá como la década perdida». Al día siguiente de que concluyeran las negociaciones, el Ministro de Medio Ambiente de Canadá, Peter Kent, anunció que su país se retiraba formalmente del Protocolo de Kioto. Se espera que le sigan Rusia y Japón, el país anfitrión de dichas negociaciones en 1997 y quien le dio su nombre al Protocolo.
El mayor contaminador de la historia del mundo, Estados Unidos, nunca ratificó el Protocolo de Kioto y aún se niega a hacerlo. Tanto Bassey como Solón se refieren al resultado de Durban como una forma de «apartheid climático».
A pesar de las promesas del Presidente Barack Obama de volver a posicionar a Estados Unidos en un papel de liderazgo en el tema de cambio climático, la trayectoria recorrida desde Copenhague en 2009 hasta Durban en 2011, pasando por Cancún en 2010, refuerza la declaración realizada en 1992 por el entonces Presidente George H.W. Bush antes de la Cumbre de la Tierra de Río, la antecesora de la cumbre en la que se estableció el Protocolo de Kioto. En ese momento, el Presidente Bush padre afirmó: «El estilo de vida de los estadounidenses no es negociable».
El «estilo de vida estadounidense» puede medirse en las emisiones de carbono per cápita. En Estados Unidos, en promedio, son liberadas cada año a la atmósfera alrededor de 20 toneladas métricas de dióxido de carbono per cápita, lo que lo convierte en uno de los 10 principales países emisores de carbono del mundo. De ahí se desprende que una calcomanía popular en Durban dijera: «Detengan el CO2lonialismo», en referencia a la sigla con la que se conoce al dióxido de carbono, CO2.
En comparación, China, que es actualmente el mayor emisor en términos absolutos, tiene emisiones per cápita de alrededor de 5 toneladas métricas, lo que lo posiciona en el puesto 80 del ranking. La población de India emite apenas 1,5 toneladas per cápita, apenas una fracción del nivel de Estados Unidos.
Entonces, parece ser que la intransigencia de Estados Unidos y su falta de voluntad de abandonar la adicción a los combustibles fósiles efectivamente mató a Kioto en Durban, una ciudad clave en la lucha de Sudáfrica contra el apartheid. Es por el reconocimiento de esta lucha que las palabras de cierre de Anjali Appadurai estuvieron imbuidas de un sentimiento de esperanza aportado por esta nueva generación de activistas del clima:
«[Nelson] Mandela dijo, ‘Siempre parece imposible, hasta que se logra’. Entonces, distinguidos delegados y gobiernos de todo el mundo, gobiernos del mundo desarrollado: ¡reducción drástica de emisiones ya! Háganlo».
**con la colaboración de Denis Moynihan**