Esto debería inducirnos a meditar qué es una vida digna y humana.
**Por Oliver Kozlarek**
En el decenio de 1960, los movimientos
sociales empezaron a cambiar
progresivamente de rumbo en todo el
mundo. Dejando de lado la búsqueda de
soluciones universales, cada vez más
asimiladas a apetencias totalitarias, esos
movimientos se han ido interesando por
el reconocimiento de las diferencias e
identidades culturales, étnicas y sexuales.
Las revueltas estudiantiles fueron sin
duda alguna la expresión más
emblemática de esa profunda
reevaluación del papel de la cultura en la
vida de los hombres, de la que se
hicieron también eco los debates
teóricos y los programas políticos a lo
largo de los años sesenta y setenta. Al
mismo tiempo, los debates intelectuales
y científicos se fueron centrando más en
la cultura, y así se produjo lo que hoy en
día se reconoce ampliamente como un
“viraje cultural” de las ciencias humanas y
sociales.**1**
Ese “viraje cultural” ha consolidado y
propagado una serie de valores, como el
pluralismo por ejemplo. Asimismo, ha
contribuido a reforzar y ampliar la toma de conciencia de la importancia que
reviste en el mundo moderno la reflexión
sobre la coexistencia de diferentes
culturas y modos de vida, evitando la
tentación de reducir esa pluralidad a una
unidad artificial y abstracta dominada
por un solo tipo de intereses. Esto
permite vislumbrar el potencial decisivo
del “viraje cultural”. A diferencia de la
idea de que todas las culturas humanas
están abocadas a una misma finalidad
evolutiva –una noción defendida en los
primeros decenios de la posguerra por
las influyentes teorías de la
modernización–, el “viraje cultural”
restablece la idea de que los procesos de
civilización y cultura, así como sus
resultados, no siguen una trayectoria
lógica y predeterminada.
Pese a la importancia que haya
podido tener ese“viraje cultural”, el
culturalismo ha creado un clima de
relativismo cultural, peligroso y falaz a la
vez. Los errores que se le pueden imputar
se han ignorado durante mucho tiempo,
a pesar de que son evidentes. Uno de los
más flagrantes es la afirmación de que las
distintas culturas son esencialmente
inconmensurables e irreconciliables,
cuando en realidad comparten
numerosas afinidades y similitudes.
La obra del antropólogo alemán
Christoph Antweiler **2** nos ofrece una
enumeración pasmosa del gran número
de “normas, valores e ideales”
compartidos por diferentes culturas.
Según este investigador, el hecho de
que no veamos esas similitudes suele
obedecer a que nos negamos a verlas,
cuando basta simplemente buscarlas
para encontrarlas. Si adoptamos una
postura correcta a este respecto
–agrega Antweiler– podremos
comprobar que la afirmación de los
derechos humanos no se da tan sólo en
“Occidente”, sino que la encontramos
también en el confucianismo, el
budismo y el islam. Antweiler sostiene
fundamentalmente la idea de que es
falso el “choque de las civilizaciones” tal
y como lo formuló Samuel Huntington a
finales del siglo pasado, esto es,
afirmando que ya no son las naciones as que se oponen entre sí, sino las
culturas y las religiones.
Las ideas de Antweiler parecen
haber tocado un punto sensible. Existen
ya algunos síntomas de que el
culturalismo pierde su pujanza. Muchos
estudiosos están experimentando la
necesidad de buscar tendencias
normativas comunes a las distintas
culturas, no para negar la realidad de las
diferencias culturales, sino para
oponerse al relativismo cultural. Lo que
cabe preguntarse entonces es con qué
identificarnos, en cuanto seres
humanos, por encima de las diferencias
culturales y nacionales que nos separan.
Muchos tratan de buscar una nueva
orientación de carácter más o menos
humanista porque, al parecer,
consideran que el mero hecho de
pertenecer a la especie humana genera
una nueva forma de solidaridad mundial. Personalmente no creo que
esta humanidad común sea suficiente.
Me parece demasiado abstracta.
Por eso, lo que deberíamos hacer es
entablar un diálogo entre las culturas y
discutir qué significa el hecho de vivir
con dignidad la vida humana. En la
cultura y por su intermedio aprendemos
a percibirnos en cuanto seres humanos.
Estudiando y comparando las distintas
culturas podemos captar lo que tienen
realmente en común. El “viraje
humanista” y el “viraje cultural” deben
completarse mutuamente. Esto significa
que el humanismo ha de ser intercultural
y pasar forzosamente por el diálogo
entre las culturas.
**Sacar lecciones de los humanismos
tradicionales**
Todas las culturas y civilizaciones cuentan
con un acervo de tradiciones humanistas.
Sin embargo, el “viraje humanista” no
implica un retorno a las formas
tradicionales del humanismo. Uno de los
problemas planteados por éstas es que se
inspiran en experiencias históricas que ya
no son las nuestras. El humanismo del
Renacimiento europeo, por ejemplo, no
se puede disociar de las aspiraciones a
desafiar la autoridad de la Iglesia.
Un segundo problema es la
vinculación excesiva que se da entre
muchas formas tradicionales del
humanismo y el naturalismo. A este
respecto, se puede mencionar de nuevo
el ejemplo del humanismo del
Renacimiento, cuya finalidad era revelar
la “naturaleza del hombre” de
conformidad con la “naturaleza del
universo”. Esta tradición humanista sigue
siendo extremadamente vigorosa en
diversos cenáculos científicos, en los que
se tiende a reducir la condición humana
a meros mecanismos biológicos. El
nuevo humanismo tendrá que volver la
espalda al naturalismo y comprender
que es en la cultura y por su intermedio
como llegamos a ser hombres.
No obstante, sería igualmente
erróneo suprimir de un revés las formas
tradicionales de humanismo que pueden
descubrirse en los numerosos legados de
las diversas culturas. En ellos se halla la
prueba irrefutable de que los seres humanos siempre han compartido, y
siguen compartiendo, ideas esenciales
sobre el significado mismo de
humanidad. Sin embargo, sacar lecciones
de otras tradiciones humanistas no
consiste tan sólo en reafirmar lo que ya
sabemos. En su obra dedicada al
humanismo en el confucianismo del Asia
Oriental,**3** el profesor Chun-chieh Huang
explica con vehemencia que el
confucianismo del Extremo Oriente
busca ante todo una relación armoniosa
entre los seres humanos y el mundo
sociocultural del que forman parte. Uno
no puede dejar de pensar que un
sentimiento tan fuerte de la “armonía del
mundo” podría ayudarnos a superar las
catástrofes ecológicas y sociales que
llevan aparejadas la destrucción actual
del mundo natural y de nuestros
entornos sociales. Todas estas cuestiones
han de examinarse con una perspectiva
intercultural. Tengo la convicción de que
las ciencias humanas y sociales ofrecen
excelentes espacios para cultivar el
diálogo intercultural entre las diferentes
tradiciones humanistas.
**Una misma experiencia de
deshumanización**
Una idea, formulada en particular por
Erich Fromm,**4** es que podemos llegar a
una comprensión humanista a pesar de
nuestras diferencias. El humanismo es
siempre una consecuencia de
experiencias de alienación. Es el grito de
ira de quienes creen que las condiciones
para una vida digna y humana están
desapareciendo.
En un mundo como el nuestro, las
experiencias individuales pueden ser
sumamente variables. El reparto de
oportunidades es muy desigual, como lo
es también la concentración de los
poderes económico, político y militar. Sin
embargo, en nuestro mundo también
hay algunas experiencias de alienación
que parecen trascender esas diferencias.
Todos padecemos la destrucción de
nuestro entorno natural. Todos vivimos
en sociedades donde las relaciones
sociales se debilitan a causa de un
sentimiento creciente de desconfianza.
Los más afortunados pueden tratar de
compensar la mediocridad de las
relaciones sociales con el consumo,
mientras que los más desafortunados
sufren por no poder saciar sus deseos de
consumir. En la mayor parte de las
regiones del mundo la gente es víctima
de formas de violencia e injusticia ancestrales o nuevas, mientras que el
modo de proceder de las instituciones
políticas y económicas es tal que las
poblaciones a duras penas pueden identificarse con ellas.
En este ámbito también –y por encima de las diferencias geográficas y sociales–, las experiencias deshumanizantes vividas por los seres humanos tienden a ser las mismas en todos los puntos del planeta. A este respecto, no cabe duda de que podemos sacar una serie de lecciones si comparamos las culturas contemporáneas a escala mundial. La Sudáfrica de J. M. Coetzee **5** se asemeja al
Brasil de Rubem Fonseca. **6** La crítica de la
modernidad de Octavio Paz **7** no difiere de
la efectuada por alguien como Theodor W. Adorno.**8** La investigación comparada en el ámbito de las ciencias humanas y sociales podría ampliar nuestra comprensión de la deshumanización que están sufriendo las personas en todas partes del mundo.
**El humanismo en la vida diaria**
Asimismo, el “viraje humanista” no debe concebirse como una empresa
exclusivamente circunscrita a los círculos científicos o intelectuales. El historiador alemán Jörn Rüsen recalcaba recientemente que el humanismo debía tener también aspiraciones “prácticas”: “La noción de humanismo debe situarse siempre en su contexto social para que tenga verosimilitud y ocupe el puesto que le corresponde en la vida real.” **9** Lo que Rüsen nos dice en esta frase me parece de suma importancia. En efecto, el humanismo sólo puede propiciar una cultura humanista que no sea
exclusivamente teórica y abstracta si consigue ejercer una influencia esencial en nuestro modo de pensar y actuar en la vida diaria. Esa traducción del humanismo en las prácticas políticas, sociales y económicas de la vida diaria es, ante todo, un cometido que incumbe a las instituciones políticas y económicas. Pero aquí, una vez más, las ciencias sociales y humanas tienen también un papel que jugar. Tendrían que dedicar
una parte de su labor por lo menos a la tarea de cultivar y propagar una cultura humanista fuera de su torre de marfil.
El “viraje humanista” que se esboza actualmente en muchos círculos, ya
sean científicos o de otra clase, parece haberse originado por la necesidad de superar nuestra percepción de las distintas culturas a fin de encontrar lo
que tenemos en común, sin por ello
olvidar nuestras diferencias. En vez de
buscar lo universal en la naturaleza
biológica o pensar que se debe inventar
o imponer una cultura humanista
universal a las demás culturas, el “viraje
humanista” actual parte de la base de
que las ideas y los valores humanistas
están ya presentes en todas las
diferentes culturas.
Al mismo tiempo, ese nuevo
humanismo parece admitir que la
modernidad mundial necesita
orientaciones de índole normativa que
puedan ser aceptadas por todos los
seres humanos. Cabe recordar que el
nuevo humanismo es también el
producto de experiencias comunes de
alienación inducidas por la modernidad
mundial en distintas partes del planeta.
No obstante, la tarea más importante es
traducir las ideas y los valores en
prácticas cotidianas.
**1.** Doris Bachmann-Medick, Cultural Turns. Neuorientierungen in den Kulturwissenschaften, Rowohlt Verlag, 2006.
**2.** Christoph Antweiler, Mensch und Weltkultur, Transcript Verlag, 2010.
**3.** Chun-chieh Huang, Humanism in East Asian Confucian Contexts, Transcript Verlag, 2010.
**4.** Erich Fromm (1900-1980), psicoanalista humanista estadounidense nacido en Alemania, autor de El miedo a la libertad (Editorial Paidós,
2005), El arte de amar (Editorial Paidós, 2007) y Hacia una sociedad sana (FCE, México, 1971).
**5.** J.M. Coetzee, escritor sudafricano galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 2003.
**6.** Rubem Fonseca, escritor brasileño.
**7.** Octavio Paz [1914-1998], escritor y ensayista mexicano, galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1990.
**8.** Theodor W. Adorno [1903-1969], sociólogo, filósofo y musicólogo alemán.
**9.** Jörn Rüsen/Henner Laass (compiladores), Humanism in Intercultural Perspective. Experiences and Expectations, Transcript Verlag, 2010.
*Oliver Kozlarek (Alemania) es profesor
de filosofía política y social en el Instituto
de Investigaciones Filosóficas de la
Universidad Michoacana de San Nicolás
de Hidalgo (México). Entre 2007 y 2009
participó en el proyecto de investigación
“El humanismo en la era de la
mundialización: diálogo intercultural
sobre la cultura, la humanidad y los
valores”, y desde 2010 dirige el proyecto
mexicano “Modernidad, crítica y
humanismo”. Actualmente es coeditor de
una importante colección sobre el
humanismo intercultural y es autor, entre
otras obras, de Humanismo en la era de la
globalización: Desafíos y perspectivas
(Biblos, 2009, en colaboración con Jörn
Rüsen) y de Octavio Paz: Humanism and
Critique (2009)*.