La soberbia y el exitismo que campeaban hasta hace unos pocos años atrás en los círculos de
poder han sido suplantados por una desesperación e impotencia crecientes y lo cierto es que ni
siquiera los *“especialistas”* parecen encontrar las respuestas para superar la crisis actual. Quienes
adherimos a la tesis de la entropía, propia de un sistema cerrado global, entendemos que no
es mucho lo que se puede intentar a nivel macro, porque el proceso de des-estructuración que
ha venido afectando al sistema se agudizó y a estas alturas es prácticamente irreversible. Esto
es como si una bomba hubiese caído sobre una relojería: solo hay piezas y partes de piezas,
desperdigadas en completo desorden y nadie está en condiciones de volver a restaurar las
estructuras originales. *“Es una época triste para el ser humano porque el mundo que construyó ha explotado tornándose irreconocible para su creador”*, escribió el político
humanista Tomás Hirsch en el epílogo de su libro *»El fin de la prehistoria»* (2007).
Curiosa paradoja: en un planeta ultra conectado todo se va fragmentando hasta el
infinito. El conocimiento se desarticula al desaparecer los grandes cuerpos de ideas,
orientándose entonces hacia la técnica aplicada sobre áreas cada vez más específicas. La
información que circula por internet consiste en miles de millones de datos aislados sin
ninguna jerarquización ni relación orgánica, que presentan una dificultad extrema para
ser procesados por los usuarios. El tejido social se ha pulverizado y la sociedad se redujo a
una mera aglomeración de individuos aislados que compiten entre sí por la supervivencia.
Y en concordancia con ese fenómeno colectivo, el siquismo individual también comienza
a mostrar síntomas de descomposición abriendo la puerta a los irracionalismos y las
explosiones sicosociales.
Todo lo que está sucediendo hoy ya fue anticipado por el humanismo en su momento
pero las malas noticias son habitualmente resistidas, de modo que se nos escuchó
escasamente. Sin embargo, aquello que antes fue considerado de un pesimismo extremo
y hasta desmoralizante ahora empieza a cumplirse, ¿qué haremos entonces? Por lo
pronto, entender y aceptar que las respuestas ya no pueden venir desde el poder
establecido, el cual se encuentra empantanado en falsos supuestos que no ha sido
capaz de revisar con mirada crítica y autocrítica, tal vez (es lo más seguro) porque no le
conviene. La salida –si es que hay alguna- provendrá desde la base social.
Hace pocos días, se realizó en Santiago un seminario convocado por tres agrupaciones
políticas, el Partido Ecologista, el Partido Progresista y el Partido Humanista. La idea
de los organizadores era iniciar conversaciones para configurar un frente común de
cara a las próximas elecciones municipales, pero tuvieron la suficiente visión para
invitar no solo a los personajes políticos vinculados a dichas agrupaciones sino también
a los representantes de una serie de iniciativas de base muy diversas entre sí. Ahí
estuvo Patagonia sin Represas, los defensores del agua, defensores del Barrio Yungay,
el movimiento estudiantil y también los gay. Todos ellos mostraron distintas formas
de acción puntual bajo la figura de frentes auto-organizados, en principio sin ninguna vinculación entre sí.
Desde nuestra particular concepción del proceso social, es en la convergencia de esta
diversidad donde se anida el futuro y, en rigor, se trata del único camino posible para
asegurar la continuidad del proceso humano. Si los políticos que asistieron al evento
mencionado han comprendido que su principal misión hoy en día, más que acceder al
poder formal, es colaborar en la coordinación de estos grupos de base y aprovechar los
medios de comunicación a su alcance para publicitar tales iniciativas, eso significa que su
acción política ha adquirido un nuevo sentido. Porque en una época de desestructuración
como la actual, cualquier intento local para atacar un conflicto concreto, por pequeño y
humilde que sea, puede amplificarse hasta convertirse en *“efecto-demostración”* a ser
imitado en otros puntos. En cambio, todo lo que se articule desde una superestructura
cupular será rechazado de inmediato, bajo la sospecha de manipulación interesada.
La Historia tiene sus propias leyes, la mayoría de las cuales son aún desconocidas para
el ser humano. Ha sucedido a menudo que nos hemos creído finalmente capaces de
gobernar aquella serpiente infinita pero los hechos, los duros hechos han dejado una
y otra vez en evidencia nuestro error. La nueva sensibilidad que ya se anuncia entre
los jóvenes parece haber comprendido que el primitivo ejercicio del poder del hombre
sobre el hombre ha terminado por conducirnos irremediablemente hacia el atolladero.
A diferencia de otras épocas, hoy los pueblos comienzan a erguirse como dueños de su
destino y ya no están dispuestos a aceptar órdenes de nadie, sin embargo los políticos
tradicionales aún siguen concibiendo su actuar en términos de jerarquías y liderazgos. ¡Si
ni siquiera han sido capaces de cambiar el sistema binominal, aún vigente en Chile desde
la dictadura militar!
Pero sucede que en un mundo en disolución ningún poder será capaz de conducir
ese proceso. Al contrario: la insistencia ciega en un modelo ya superado por los
acontecimientos solo incrementará el desorden. En esas condiciones extremas, la
legitimidad del mundo que viene ha de construirse desde abajo, desde aquellos medios
inmediatos en los que comienza a manifestarse la multiplicidad fecunda de los frentes
de acción. Y cuando esa diversidad aprenda a converger y coordinarse adecuadamente,
se hará presente en la historia un auténtico movimiento social completamente
descentralizado y cercano a las necesidades y aspiraciones de la gente, que transformará
para siempre las viejas estructuras del poder.