No hago más que repetir lo que es evidente de este lado de la mesa e incomprensible para los que están sentados al frente. Vamos a intentar aclararle un poco la película, para que vea que con una propuesta decente sí se pueden lograr acuerdos.
De usted, señor ministro, hubiera deseado:
Que en vez de partir con la consigna *“no podemos hacer que los pobres paguen la educación de los ricos”* hubiera dicho, por ejemplo: *“Dado que actualmente hay desigualdades de base, que comienzan antes de la enseñanza básica, debemos empezar reforzando las primeras etapas de la educación antes de pensar en la gratuidad de la educación superior”*. ¿No hubiera sido una forma más lógica para empezar a conversar?
Entendemos que actualmente las generaciones que intentan llegar a la universidad vienen con la misma carga de segregación que en años anteriores. Es decir: los que han tenido menos oportunidades en su enseñanza básica y media no van a ser los primeros beneficiados por la eventual gratuidad de la enseñanza universitaria. Para que la enseñanza superior gratuita se distribuya equitativamente sin discriminar origen socioeconómico es necesario que todos los que postulan a la universidad hayan tenido las mismas oportunidades. Así, serán necesarios varios años de buenos jardines, preescolares, buenas escuelas básicas y medias, para que la gratuidad en la enseñanza superior sea justa para todos.
Si usted, señor ministro, hubiera partido desde esa posición, hoy estaríamos hablando de la garantía de gratuidad y calidad en las primeras etapas, montos de inversión, plazos, y las medidas necesarias para no seguir perdiendo generaciones mientras avanzamos hacia un sistema que de verdad eduque.
En vez de amenazar con que el *“fin al lucro”* dejaría a medio país sin escuelas, podría haber partido diseñando un sistema de control que regulara las tarifas y el cumplimiento de las normas (especialmente las que prohíben la selección), exactamente como se hace con otros servicios básicos.
No es exactamente lo que los estudiantes piden, pero se acerca mucho más, es algo que se puede entender como un paso adelante. Y una buena regulación seguramente espantaría a quienes se metieron en el negocio de la enseñanza sólo por el dinero.
Y no me hable de la comisión para estudiar si se forma un grupo para redactar un proyecto: esto se debe hacer ya.
En vez de hablar de *“becas y créditos para quienes lo necesiten”*, podría haber empezado por hablar de auditar los costos reales de las universidades y hacer un saneamiento que deje los aranceles en niveles más acordes con nuestra economía. No es posible que tengamos las universidades más caras del planeta (comparando el precio con el ingreso per cápita). Eso se tiene que terminar.
Hay algunas propuestas muy convenientes de arancel diferenciado, que también serían un buen punto de partida. Usted sabe de qué hablo. También hay diseños propuestos para entregar créditos a interés cero, que se devuelvan a través de la declaración de impuestos según los ingresos del egresado (y no en cuotas desvinculadas del ingreso). Esto resultaría aún más barato que dejar que sigan lucrando los bancos (que ya bastante han engordado con el CAE).
Seguramente si partiéramos de esta base, tendríamos algo interesante para discutir y dar a luz a un proyecto aún mejor. Pero con lo que tenemos hoy no hay ni para empezar.
Y por favor: no siga repitiendo que no se puede negociar a *“todo o nada”*. ¡Vamos, ministro! Aquí le dejo estas ideas que no son *“todo”* ni *“nada”* sino sólo un poquito de *“algo”*. No son mías: son de varios vecinos suyos que están de este lado de la mesa, junto al 80 y tantos por ciento que creemos que las demandas son justas. Si se atreve a conversar con los estudiantes en estos términos, le apuesto un completo a que lo van a escuchar.
No tenga miedo: los muchachos llegan a la mesa con eslóganes que a usted le suenan mal. Pero ellos no van a dejar de repetirlos mientras usted no cambie los suyos. Si los trata como adultos verá cómo se gana su respeto.