Desde las estaciones del Norte, Austerlitz, Lyon y Saint Lazare hubo agrupamientos que se unieron a la marcha que salió desde Belleville.

Belleville, punto de convergencia de los distritos populares del 18, 19 y 20, fue el lugar de encuentro de las fanfarrias y el ambiente puramente festivo que desembarcaría en Hotel de Ville antes de las 18, tras 4 horas de ruidosa y alegre marcha.

En el cortejo se mezclaron grupos de batucada con músicos de instrumentos de vientos y algunos guitarristas que amenizaron todo el trayecto, musicalizando la inventiva demostrada en los carteles que la gente llevaba. “Si no lo hacemos nosotros, ¿quién?”, “No-violencia=Revolución (todo lo demás alimenta la bestia)” o “Ellos tienen +, nosotros somos +” se mezclaban con algunos de los clásicos: “Si no nos dejan soñar, no los dejaremos dormir”, “La vida, no la Bolsa” o “Esto no termina aquí”.

Tras el relevo de los estudiantes Erasmus llegados de España, se ha recuperado de nuevo la savia fresca venida de la península ibérica, esta vez reforzada por los vecinos portugueses, que enviaban los recortes del gobierno “o caralho”.

Muchas caras nuevas y mucha curiosidad entre los participantes, intrigados por el impacto de la ocupación de Wall Street y la llegada de la Marcha Indignada a Bruselas.

Los chilenos también se hicieron presentes y mostraron el apoyo que brindan a los estudiantes que reivindican una educación pública de calidad y gratuita en el país sudamericano y que llevan meses manifestándose en las calles con una originalidad pocas veces vista. Así como algunos italianos que reclamaban la renuncia de Silvio Berlusconi.

Algunos norteamericanos tomaron el micrófono durante la Asamblea para agradecer y para hablar del significado de las acciones que se están llevando en los Estados Unidos, que abren un nuevo horizonte de posibilidades en un país hundido en una profundísima crisis. Otros testimonios, también muy emotivos, tuvieron su espacio. Una mujer de raza negra se entusiasmaba con la poderosa fuerza no-violenta que alentaba este movimiento y que la hacía recordar la labor llevada adelante por los seguidores de Martin Luther King. Una mujer francesa relataba que desde hacía una semana no podía dormir, tal era el entusiasmo que le provocaba el surgimiento de esta fuerza revolucionaria en todo el planeta, “llevo 7 noches escribiendo sin parar y nunca antes había escrito nada en mi vida” relataba.

Luego de un turno de palabra donde varias personas hicieron descripciones de las problemáticas tremendas que vive el planeta: hambrunas, crisis financiera, deudas, guerras, desastres ecológicos; un árabe tomó el micrófono para decir “yo no voy a hablar de problemas, lo que yo quiero es hablar de las soluciones. Aquí, entre nosotros, yo veo miles de soluciones, cada uno de nosotros es una solución”. Su tono era profundo y cargado, su mirada vidriosa por la emoción y sus palabras salían con la dificultad de quien está embargado por la alegría de compartir un momento inspirado.

La indignación, esa palabra que otro orador recordó que rima con compasión, se extiende, se contagia, se expande. Y no sólo en el sentido de su alcance, sino también en el sentido de significado, de contenido. Sentirse indignado es global y local a la vez, es crítico y esperanzado al mismo tiempo, es fastidiado y feliz, todo en uno. Porque la indignación es un modo de manifestarse en el mundo, es una forma de actuar, de crear, de relacionarse.

La epidemia del siglo XXI podría llamarse Indignación y el sistema podría encontrarse mortalmente afectado.

No se puede obviar otras dos pequeñas manifestaciones que se cruzaron con la de los indignados y que reclamaban por conflictos irresolutos y de fuerte intervención francesa: libios que llamaban asesinos y mentirosos a la OTAN por las masacres a civiles perpetradas en el país norteafricano y marfileños reclamando la liberación de Gbagbo, presidente saliente de Costa de Marfil y que continúa hablando de fraude en las elecciones que perdió y que hubieran supuesto su reelección. En ambos casos la armada francesa intervino militarmente, mostrando su descarado intervencionismo en el continente africano.