**Madrid, 2 de agosto de 2011.**
Por la mañana, la policía nacional y la policía municipal han escoltado a los servicios de limpieza y han desmantelado el punto de información, la cocina y lo poco que quedaba en Sol. Han arrancado hasta las flores.
Por la tarde el mensaje que circulaba por las redes sociales era “vamos de paseo a Sol”.
A las 19:30 leo en el facebook de D. que está de compras por el centro y que ni los trenes ni los metros hacen parada en Sol “por orden gubernamental”. Sol está acordonado. Toda la plaza está cercada por la policía nacional y no se puede entrar. Hay identificaciones y registros. Y algún momento de tensión.
Alrededor de las 20:00, incapaz ya de concentrarme, abandono el maravilloso mundo de la matemática griega, cierro el portátil, y bajo a ver qué pasa.
Compruebo que por Preciados, llena de gente de paseo y de compras, no se puede llegar a Sol. Por Carmen tampoco.
La de Sol probablemente sea una de las plazas de Madrid en la que más calles confluyen: Preciados, Carmen, Montera, Alcalá, San Jerónimo, Espoz y Mina, Carretas, Correo, Mayor y Arenal. Y todas están cortadas.
Entre la gente que ha considerado apetecible la invitación a pasear por Sol, los que están de compras, los que pasaban por allí, los turistas, los curiosos y todas las personas que hay en Madrid a pesar de ser agosto, se forma una multitud de lo más variopinta que rodea la plaza por todos los frentes.
Se corean consignas ya habituales desde el 15-M, “lo llaman democracia y no lo es, es una dictadura, eso es”, “que no, que no, que no nos representan”. Entre las nuevas consignas oigo frases como “no pasa nada, si no es hoy, será mañana”. Alguno se dirige a los policías: “Cambiad esos caretos, hombre, que no se ha muerto nadie”, “iros a vuestras casas con vuestras familias a ver tele 5″.
Alguien se lamenta de no haber traído confeti. En el otro lado de la plaza, en Carretas, alguien suelta al cielo un montón de globos de colores. La gente de este lado lo celebra aplaudiendo, saltando, agitando la mano y saludando a la otra orilla.
[Me viene a la memoria la película Barrio: «En agosto se está mejor en Madrid».]
De repente un tipo grita: “Ciao, ciao, ciao, nos vamos a Callao” y todos a una decimos adiós con la mano a la policía, nos giramos y comenzamos a caminar por Carmen y Preciados en sentido contrario cantando “adiós con el corazón”.
El efecto velcro hace que los que están por allí se unan y en Callao ya somos muchos, nos sentamos y nos sentimos como si estuviéramos en Sol. Todos juntos en una plaza. Todos juntos en el ágora.
Circula el mensaje “a las diez en Ópera, pásalo”.
Se une tanta gente que Callao comienza a desbordarse. Al principio nos colocamos en las aceras y en las isletas, pero somos tantos que, si bien en ningún momento hay ningún plan, acabamos en la Gran Vía, ahora ya desbordada por todos los que llegan de Sol, por los que no han podido cruzar la plaza por ninguna de todas las calles cortadas y se han tenido que dar la vuelta.
Las reuniones multitudinarias espontáneas se comportan como el agua: pasan por donde pueden, por donde queda hueco. Y así es como miles de personas abarrotan la carretera de la Gran Vía cantando, aplaudiendo, silbando, coreando, gritando “no nos mires, únete”, levantando los brazos y mostrando las palmas vacías al helicóptero que lleva desde las 6:30 AM sobrevolando el centro de Madrid, en este momento ya a muy baja altura.
En Gran Vía me encuentro con D y con R. que me cuentan lo que les ha costado reunirse. Uno estaba en Preciados y el otro en Carretas y a ninguno de los dos les dejaban cruzar al otro lado. “No nos mires, únete”, D. no entiende lo que dicen y pregunta qué significa “uve te”. Dice que ha venido en chanclas y no está preparado para tener que salir corriendo. Alegres, bajamos tranquilamente la Gran Vía hasta la confluencia con Alcalá y allí nos paramos todos un momento bajo la estatua de Atenea que corona la azotea del Círculo de Bellas Artes.
Llegamos a Cibeles y por primera vez veo la mastodóntica obra que han erigido de propio para la inminente visita del papa. Es como un enorme y feo costillar metálico que tapa el antiguo edifico de Correos y actual sede del Ayuntamiento. Cuando giramos a la derecha y enfilamos el Paseo del Prado todavía hay mucha gente bajando por la Gran Vïa. Por el megáfono alguien pregunta ¿qué hacemos? Respuesta casi unánime: “Eso, eso, eso, nos vamos al Congreso”. Los que vamos delante llegamos enseguida. Hay pocos policías. Les gritan el ya clásico “que se besen, que se besen”.
Cuando todos los que vienen detrás a un paso más lento aparecen, todo el mundo rompe en aplausos.
Unos le gritan a los nacionales: “hoy sois vosotros los que sois cinco o seis”.
Brevísimo momento de pánico colectivo: los policías ¿empujan las vallas para adelantarlas?, ¿tiran “algo”?, sale humo y un montón de gente echa a correr. Un señor que está hablando por el móvil le dice al que tiene al otro lado “carga policial”, otra una señora se queja “qué hijos de puta, ya han empezado”. La cosa se calma en menos de diez segundos. Una anciana con su perro se lamenta de que la policía no le deja pasar para regresar a su casa.
D. tiene hambre. Nos invita a cenar, charlamos, nos reímos, les acompaño a Atocha, nos despedimos y yo regreso sola de camino a casa.
Subo por Atocha para girar en Carretas suponiendo que ya se habrá disuelto todo, pero para mi sorpresa Carretas está llena. El acceso a Sol sigue cortado. No se puede entrar a la plaza por ninguna de todas las calles. Todos los accesos siguen cerrados por lecheras y antidisturbios.
La gente les grita “si vosotros no nos dejáis entrar, nosotros no os dejamos salir”.
Doy vueltas, miro, escucho y finalmente me alejo buscando el modo de llegar a mi casa.
Tengo que dar un rodeo enorme. Cortar Sol es cortar todo el centro de Madrid, cortar la circulación de ida y venida de las ¿nueve? calles que confluyen en la plaza.
Me subo a un bolardo y contemplo anonadada el espectáculo: casi a medianoche, la plaza más céntrica de Madrid está vacía, protegida no se sabe muy bien de qué peligros.
Los agentes de los cuerpos de seguridad están rodeando un espacio en el que no hay nadie, no hay edificios en llamas, no hay heridos, no hay peligro, no hay bienes preciadísimos de valor incalculable. No hay nada. La policía está protegiendo la nada.
[Me acuerdo de la cancioncilla de aquel anuncio: «Chimos es, es un agujero, rodeado de buen caramelo»]
Si desde el 15-M Sol se había convertido en un símbolo, lo de esta noche no ha hecho sino reforzar ese carácter simbólico, evidenciarlo, enmarcarlo. Ahora más que nunca Sol es un signo en el sentido de que es algo que remite a otro algo: Sol es una plaza vacía que remite a toda la gente que está fuera de ella, que somos todos: unos por haber dado la orden de inhabilitarla como espacio público y otros por no poder disponer de ese espacio público para pasear por él.
Cuando estábamos en Sol dijeron que estábamos ocupando ilegalmente un espacio público, que impedíamos la libre circulación y el comercio y que éramos peligrosos y violentos.
Esta noche los cuerpos de seguridad estatales -cumpliendo órdenes- mantienen esa misma plaza tomada, vallada, cerrada, vacía de personas y llena de armas.
**Madrid, 3 agosto. 02:25 AM.** El helicóptero sigue atronando.