En una de las marchas había un letrero que decía: *“me gustas democracia, …pero estás como ausente…”*

Desperté el sábado con la música de mi hijo en su pieza, era: *“Marchad, marchad, al pueblo escuchad, ta tan, ta tan, ¡¡¡el pueblo unido jamás será vencido!!!»*.

Una niña de 9 años es la líder de la toma de su escuelita rural de 10 alumnos en la zona mapuche y tiene un petitorio de 5 puntos entre los que pide más computadores porque solo hay uno y *“somos lentos porque no nos han enseñado bien”*, que les garanticen Internet permanente incluido en vacaciones, que la escuela esté abierta por más horas, que desraticen porque hay una plaga de ratones hace tiempo y que les enseñen por
vía virtual.

Nevaba en Santiago y hubo 150.000 jóvenes en la *“marcha de los paraguas”* y una multitud nunca antes vista en el Parque O’Higgins donde niños de 6 a 7 años y ancianos llevaban sus letreros pidiendo educación gratuita, igualitaria y de calidad para todos.
Parecen decir: *“Quiero prepararme y competir en buena ley, quiero que el esfuerzo y la
capacidad personal sean suficientes para estudiar en la Universidad, que nadie tenga que
endeudarse por mis estudios. Y quiero ser alguien.”*

Cantan con Inti Illimani, gritan las mismas cosas que nosotros los cincuentones, es la revolución de
los jóvenes del 68 en Paris, es la voz de los jóvenes del 70 – 73 en Chile que quedó
atragantada por el terror del que nunca pudimos hablar. Es el espíritu de los que
tuvimos que adaptarnos manteniendo escondido en el alma ese deseo de un mundo
mejor, más justo, más igualitario, respetuoso de los humildes. Ese Chile donde los ricos
disimulaban su riqueza, eran sobrios, austeros, correctos y no se buscaban el odio de
la gente con su prepotencia, su abuso descarado, su codicia. Porque los padres de estos
jóvenes que protestan nunca pudimos decir que preferíamos menos lujos y más igualdad,
que queríamos vivir de otro modo y no lo pudimos realizar, sometidos sobrevivimos,
pero sobrevivimos esclavizados sin que jamás nos conformáramos del todo.

Y hoy esa semilla florece, esos niños que hasta ayer nos exigían más play station y
más MP3, ahora quieren mejor educación. Bruscamente abandonan el consumismo
y se lanzan hacia el mundo de las ideas y los ideales. Por cierto, los admiramos; nos
admiramos de haber sembrado a pesar de todo, de haber mantenido en los hogares, en el
mundo privado y familiar, la búsqueda incansable de un mundo mejor para todos.

Porque desde las casas salen estos jóvenes, sus padres les enseñaron, no se formaron
en las calles ni en los partidos, se formaros en sus casas, en las conversaciones de
sobremesa de los padres con sus amigos y parientes. La dictadura nos encerró en
nuestras casas, sorprende hoy lo bien que trasmitimos el mensaje en la cocina y en el
jardín.

Ese es el sentir de muchos, es hondo, fuerte, limpio, dulce. No es relevante de cuántos
es ese sentir, si son o no mayoría, porque se trata de otra clase de fuerza, de otra clase de
motivaciones. Se parece más a la lluvia, que todo lo puede inundar, que a las encuestas.
Se parece también al viento que se cuela, limpia, mueve, a veces sin que nos demos
cuenta, llevando todo a donde lo quiere llevar.

Estos niños confían en ellos, en que pueden darse un orden más justo, alegre, cariñoso
entre todos, en que es posible hacer la vida que aman y amar la vida que hacen.
Sabiendo ya que el consumo no otorga felicidad, que sus padres no aman la vida
que hacen, son portadores de una mística nueva que no parece poder medirse con
estadísticas ni votos. Tal como del viento, nada puede librarse de su influencia.