**La insoportable alegría del cuerpo social**, *por Germán Cano*
Desde el momento en el que la alegría del cuerpo social sale a la luz pública y deja de ocultarse bajo la alfombra del orden de los lugares e identidades asignadas es inevitable que se genere una atmósfera de tensión. En esos momentos, la faceta reactiva corre a cargo casi siempre de ciertas estructuras rígidas del poder.
En realidad, no tarda mucho en llegarse a una situación de catarsis generalizada. Ahora bien, qué expresiones tan distintas de distensión se pueden observar en un lado y en otro: mientras el cuerpo colectivo del 15-M en su mejor versión trata de expresar en el espacio público aquello que, por buenos modales y decoro social (visita del Papa), debería ocultarse en el campo de visión comercial, ciertas instancias del poder, ofendidas por esa demanda comunicativa de felicidad y solidaridad que normalmente busca neutralizar, no pueden sino practicar el golpe en la mesa de la imposición. Signo evidente de que comienza a sentir algún vacío, cierta ansiedad.
Un hombre de mediana edad increpaba ayer por la tarde a los manifestantes de la calle del Carmen: “¡En el fondo no sois más que vagos! ¡Si tuvierais que trabajar todos los días no estaríais aquí!”. Muchas señoras que van de compras por Preciados expresan lo mismo. Su tono es tan agitado y malencarado que parece que la escena “toca hueso” en su existencia. Bajo esta manera de entender el mundo, un dualismo básico: por un lado, el trabajo duro, la “gente de orden”, la normalidad; por otro, la ociosidad irresponsable, el perroflauta, la anarquía.
¿No se percibe en estas palabras la lógica resentida que el 15-M está desencadenando simplemente con su exposición pública?
En una sociedad que presiona a los cuerpos hasta el extremo hacia la individualización autista o consumista y la competencia inmisericorde, todos aquellos encerrados en sus continuas servidumbres voluntarias, condenados a tragar sapos para adaptarse a una sociedad cada vez más cruel y desigual, ¿no están más tentados a reaccionar con violencia?
La demanda de felicidad y justicia tiene que ofender a quien está ya muy acostumbrado a endurecerse y encallecerse, quien la ha reprimido tanto tiempo en sí mismo que ya ni se acuerda de los placeres de la carne compartida, por las dulzuras de la sociabilidad y las risas en común. De ahí el “escándalo” de los hombres de orden ante el cuerpo social en exhibición fuera de sus casas. “Si el 15 M lleva alguna razón” –y esto es lo que intuye aún con más intensidad quien más se siente escandalizado por esta provocadora visibilidad-, “yo tengo que aparecer como un gilipollas”. “Como no quiero sentirme como un ser ridículo, tengo que negar en el 15-M aquello que, por mi cuenta, tengo que negar todos los días: que mi vida es una mierda y que no pocas tengo que comérmela para ajustarme al corsé de lo que se me exige como ’normal’”.
¿No hay un tipo de violencia contra el 15-M que es la violencia de aquellos que tienen que autoviolentarse para adaptarse a este modelo, la violencia que necesitan ejercer para mantener su integridad psicológica y que no se desintegre del todo su mundo?
¿En esta airada reacción del transeúnte ofendido en su íntimo ser por la despreocupada dicha de los manifestantes no se esconde, aunque, en efecto, en menos grado y en una dinámica distinta, la violencia exhibida en la saña de algunos policías esta noche? Una saña que ha avergonzado a otros compañeros, según se rumorea. Lo que realmente perturba y genera ansiedad en el tipo “endurecido” en el poder no es la violencia directa del contrincante: incluso espera ésta para autoafirmarse; lo que no puede soportar es que su propia identidad quede en ridículo, que su pose viril sea objeto de burla, que tenga que defender patéticamente una plaza vacía en un contexto casi festivo. No hay cosa peor para el macho policial de turno que le tiren avioncitos o que se le invite a “besar a sus compañeros”. Nunca había sido tan importante la no violencia. Qué duro va a ser mostrar fragilidad sin ser atacado. Qué difícil va a ser mostrar alegría sin sufrir violencia.