Se llamaba Pincén. Tenía 70 años cuando dejó que su alma también fuera apresada en cinco fotos tomadas poco después de su captura, en noviembre de 1878 por el fotógrafo italiano Antonio Pozzo, con estudio en la calle Victoria 590 (hoy Hipólito Yrigoyen) esquina San José.
Juan José Estévez dijo en diálogo con Télam que «la historia que se cuenta en el libro también es la historia de Trenque Lauquen.
Pincén fue sentado sobre un matungo ayudado por su sobrino el capitanejo Mariano Pincén y con las manos atadas en la espalda con un tiento crudo, fue llevado a Trenque Lauquen, donde estaba acampado Villegas. Allí se desarrolló la siguiente escena, que muchos años después recordaría un testigo presencial, doña Martina Pincén de Cheuquelén, nieta del cacique «…Estábamos todos nosotros cuando vino el General y le habló, y el abuelo dijo: ¡No me maten! Pero después dijo: Si me van a matar, que se salve mi familia. El cacique se paró, alto como era, blanco, estaba vestido de gaucho; chiripá y bota de potro, camiseta, camisa blanca.
«Investigando encontré documentos de la isla Martín García: la partida de bautismo, de casamiento, entre otras; conculcadas después de su captura, claro está», agrega Estévez.
La captura de Pincén marca el ocaso de la resistencia indígena que se inició un siglo antes, a mediados del siglo XVIII, cuando las incipientes estancias cercanas a la ciudad de Buenos Aires avanzaban sobre lo que era territorio indígena, ocupando progresivamente los campos donde los aborígenes se abastecían de ganado salvaje.
Además de la primera edición de este libro, publicada en 1991, publicó «Historia trenquelauquenche» (2000) y «La Justicia de Paz bonaerense. Trenque Lauquen, 1885-1888 (2008)».
El desarrollo de la ganadería con vistas a su exportación desde el puerto de Buenos Aires, reavivó la urgencia por expandir la frontera más allá del límite natural que trazaba el río Salado. Y si bien en un comienzo predominó la política de integración basada en tratados y negociaciones pacificas con los indígenas del sur, las hambrunas y la pérdida progresiva de los territorios aumentó la virulencia de los malones indígenas.
«El racconto de la vida de Pincén facilita entender lo que se llamó la conquista del desierto. Porque el cacique, valga la paradoja, no era heredero de ningún cacicazgo», relata Estévez.