Con mucha dificultad se había hecho de un nombre y eso le facilitaba obtener nuevos trabajos. No sé si el suyo era *“un pasar rumboso”* pero vivía sin privaciones, compensando con dinero su falta de atributos personales. Era -descriptivamente- parecido a un gran cerdo. En cabeza, cara y cuerpo.
Hábil para congraciarse con los clientes y atraer la atención de los transeúntes hacia las vidrieras que decoraba tenía trabajo y sus días transcurrían amablemente. Sus ideas eran audaces, pero su forma de trabajo -poco convencional- le traería un problema inesperado.
En ocasión de encarar la presentación de los productos de una granja en el escaparate de un negocio céntrico, le sobrevino la desgracia de quedar en evidencia y provocar una asociación de imágenes que sólo algunos amigos se permitían. La granja en cuestión vendía cerdos, pollos, gallinas -enteros y eviscerados- que no resultaban, de por sí, muy atractivos. Pero ideó detalles que obligaban a quienes los veían a detener su marcha.
Estando la vidriera tapada a los ojos de extraños nuestro amigo trabajaba habitualmente en paños menores para resguardar la ropa de calle. Con sólo un minúsculo slip en esta ocasión se movía cómodo entre los trozos de carne que iba acomodando de un modo singular. Con galeras y habanos, los chanchos lucían como financistas de Wall Street; las gallinas daban risa con su falsa dignidad, disfrazadas de mucamas y enfermeras, y el ambiente de hospital donde se reunían los pollos con bata de médicos hacían imperdible la escena. La vidriera prometía ser un éxito.
Pero la Televisión metió la cola. Mientras trabajaba preparando el escenario, casi desnudo hemos dicho, el lienzo que tapaba el frente a la calle e impedía ver el interior cayó, por alguna razón o sin razón, permitiendo a todo el que pasaba ver el escaparate en preparación. Se veía lo ya descrito: animales vestidos ingeniosamente más un humano símil cerdo, sólo en slip y con una galera igual a la que lucían los animales. Era todo un espectáculo y un móvil de la televisión que pasaba por allí lo filmó. No publicaron la nota, el *“medio de comunicación”* era serio, pero el vídeo recorrió la Internet.
Fue una buena publicidad sin duda, tanto para el empresario que quería colocar sus productos de granja como para el decorador a quien no le quedó otra salida que difundir que todo, hasta la caída del lienzo, era parte del espectáculo. Una rápida adaptación, sin duda.
En los días de elecciones, la habilidad de los empresarios para sacar provecho de situaciones inesperadas, dar vueltas argumentos, hacer juegos de palabras y disfrazar pollos de médicos o gallinas de mucamas, vuelve a manifestarse. Muchas veces provocan sonrisas ellos mismos o sus escaparates ingeniosos donde nada es lo que parece. Pero la gente advierte cada vez más el montaje. Y nada de lo accesorio cambia la impresión de similitud esencial que hay entre ellos y los cerdos, por más que lleven galera, bastón y cigarro.