En la República, los caudillos prolongaron un autoritarismo que persistió en dictaduras como las de Leguía, Velazco y Fujimori. Aun ahora se cree que este país solo puede ser gobernado con mano dura. De lo contrario, el caos hará presa de él: las necesidades son muchas, los intereses diversos, los entendimientos escasos, las desigualdades profundas y los desencuentros abisales. Especialmente con la discriminada población andina que es la que ha más ha votado a favor del también andino y nuevo presidente: Ollanta Moisés Humala Tasso.
Curiosamente esos nombres, Ollanta y Moisés, fueron elegidos seguramente por sus fuertes resonancias liberadoras y mesiánicas (Ollantay fue un general que se rebeló contra lo que el sintió como las leyes injustas del Imperio). El hoy presidente electo fue educado por su padre para ser, justamente, presidente. Esto con una orientación nacionalista, andinista y socialista. Ha estudiado ciencias políticas en la Universidad Católica, defensa nacional en la Escuela de Altos Estudios Militares y relaciones internacionales en La Sorbona. Además, en su formación como cadete se entrenó militarmente en la Escuela de las Américas. Participó activa y directamente en la lucha contra el terrorismo y en el conflicto armado contra el Ecuador.
Con estos antecedentes se comprende el nerviosismo de un empresariado que quedó traumatizado con la experiencia estatista del General Velazco Alvarado, con el terrorismo de Sendero Luminoso y que recuperó el control del Estado con los gobiernos neoliberales de Alberto Fujimori y el último de Alan García. Se comprende también la feroz campaña desatada en la mayoría de medios de comunicación contra el llamado candidato del cambio. Este se vio forzado a correrse hacia el centro del espectro político, renunciando a los aspectos más radicales de su programa y creando los consensos del caso con liberales como Toledo y Vargas Llosa. ¿Qué los ha unido? Al parecer, más que la ideología, un acto moral para evitar que el país caiga nuevamente en manos de una organización, no solo autoritaria, sino con antecedentes probados de criminalidad y corrupción. En esta encrucijada, la élite económica prefirió apoyar al fujimorismo bajo el argumento de que había, antes que nada, que asegurar la continuidad del crecimiento económico, porque, de lo contrario, tampoco habría nada o muy poco que redistribuir.
En este contexto, finalmente, ambas candidaturas tuvieron que prometer lo mismo: Luchar contra la pobreza, manteniendo el crecimiento económico, pero agregándole un fuerte énfasis en la redistribución de la riqueza con sentido de inclusión social. Forzado a elegir entre dos candidatos con fuerte rechazo, una parte del pueblo peruano parece haber elegido en función de la moral y el cambio, arriesgando el crecimiento económico; y otra parte parece haber priorizado el interés económico, cerrando los ojos hacia la moral.
En la lucha contra la pobreza, el programa de Ollanta Humala propone incrementos en los salarios y las pensiones, proteger a la niñez de la desnutrición, dignificar el empleo y mejorar sustantivamente la atención de la salud y la calidad de la educación. En seguridad ciudadana el programa contempla mejorar las condiciones de trabajo de la policía nacional, transformar los penales en centros de trabajo y luchar frontalmente contra el narcotráfico y la delincuencia. Ollanta se ha comprometido también a defender la libertad de expresión, los derechos humanos, el régimen democrático y la estabilidad jurídica honrando todos los contratos suscritos a nombre del Estado peruano.
Todo esto será financiado con el dinero del tesoro público y lo que se logre recuperar a través de la lucha contra la evasión tributaria y la corrupción. Si bien ha garantizado la estabilidad jurídica, ha puesto la condición de revisar aquellos contratos que hayan sido ilegítimos y lesivos para el interés nacional. En este aspecto se ha comprometido a redestinar el lote 88 del gas de Camisea a favor del mercado nacional. Asimismo, propone el impuesto a las sobreganancias mineras como un medio adicional pero muy importante de financiamiento para su política social.
En su discurso de cierre de campaña Ollanta Humala ha dicho expresamente que está decidido a luchar con todas sus fuerzas por superar la pobreza y que nada lo apartará de este intento. Ha enfatizado que no guarda ningún compromiso con los grupos de interés y que él solo debe rendirle cuentas al pueblo peruano. Igualmente ha afirmado que luchará con los países hermanos por la integración regional latinoamericana. En este aspecto, cabe resaltar que es notorio su acercamiento a una orientación de gobierno próxima a la impulsada por Brasil.
La reacción inmediata del poder económico ha sido exigir que el presidente electo lance señales inmediatas para dar tranquilidad a los mercados y a los inversionistas. En concreto, exigen que se vayan dando los nombres de las personalidades que van a hacerse cargo de los puestos de gobierno considerados claves en el manejo económico de la nación. Hay temas que intranquilizan mucho y en los que se requerirá gran poder de negociación, como el del impuesto a las sobreganancias mineras, la eliminación de los services, el reconocimiento pleno de los derechos laborales o la recuperación del lote 88. Estos temas pondrán en riesgo la flexibilidad laboral y los estímulos especiales a una inversión que hasta el momento ha recibido gran anuencia por parte del actual gobierno y los anteriores.
¿Cómo podrá Ollanta Humala enfrentar a una elite económica acostumbrada a controlar al poder político y que puede, llegado el caso, hacer ingobernable al país? Sobre todo, si además del poder mediático, cuenta con el respaldo EEUU para evitar un alineamiento regional sudamericano. ¿Cómo podrá satisfacer rápidamente las expectativas levantadas (y embalsadas) si el Estado peruano es un lento paquidermo que necesita una reforma sustantiva e inmediata que solo se logra en un mediano plazo? ¿Cómo se comportará el ejército peruano? ¿Cerrará filas con la gran esperanza o será una vez más instrumento de opresión para el pueblo al que debe defender?
Difícil predecir los escenarios. Pero los vientos de cambio se dejan anunciar en una izquierda democrática, remozada y ampliada que hoy ocupa, no solo la Municipalidad de Lima, sino también la Presidencia de la República. Sea como sea, en esta elección, los peruanos se han dignificado eligiendo por una política con moral, más allá de las ideologías y los intereses particulares. Una batalla más por la superación del dolor y el sufrimiento está por comenzar y es hora de cerrar filas para que esta esperanza vaya siendo cada vez más una realidad.