Entonces ¿quién habla y de qué cuando se dice que es peligroso (sobre todo en materia de sexo y violencia) para los niños y adolescentes el tránsito por las olas del ciberespacio? Maestros y padres parecen poco preparados.

En lo que hace a la violencia, la discusión está casi agotada. No se ha probado que películas, o videojuegos -salvo excepciones que fueron oportunamente controladas- produzcan -per se- imitaciones de conductas; más bien, las imágenes violentas propuestas por los juegos provocan situaciones catárticas en los jugadores de cualquier edad.

Recordemos que una discusión similar se desató respecto de los dibujos animados cuando Walt Disney Pictures comenzó su negocio de difundir como buenos los valores y la ideología del capitalismo norteamericano. (Recomendamos el libro Para leer al Pato Donald, 1972, de Ariel Dorfman y Armand Mattelart). Los norteamericanos tuvieron en esos dibujos, que aún siguen siendo vistos, aunque con menos fervor, un instrumento importante en la guerra fría con el comunismo. Pero, más allá de predisponer ideológicamente, no indujeron a los niños a conductas de adhesión a los Estados Unidos ni a conductas violentas.

El porcentaje de casos donde la televisión influyó para que las personas llegaran al delito violento ha sido siempre bajo. Han tenido más peso otros aspectos de la vida, como la falta de afecto en el hogar o el ambiente agresivo en los colegios y el vecindario por privaciones económicas, o vejaciones de los padres o de parientes próximos. Culpar a la televisión o, ahora, a los videojuegos es un clásico: una sociedad -padres incluidos, por supuesto- que no se ocupa adecuadamente de los niños y jóvenes, busca como chivos expiatorios a la caja tonta o a las consolas de juegos.

El tema de importancia hoy es si esta situación puede ser diferente con Internet y las redes.

El italiano Giancarlo Livraghi -académico, publicista, escritor- es una de las personalidades más respetadas en el ámbito de la comunicación. En una entrevista cpn el diario argentino Clarín, en marzo de 2004, le preguntaron *“¿cómo influye la hegemonía de los Estados Unidos en la identidad cultural?”* Y respondió: *“El dinero está todo en los Estados Unidos; las tecnologías son casi todas americanas; el inglés es la lengua internacional. La hegemonía es fortísima”*. Pero, según GL, esto es así por culpa nuestra. *“No se debe a la voluntad imperiosa de los patrones, que sin duda están contentos de mandar, sino que se debe a la servil imbecilidad nuestra.”* Duro, pero se agradece la sinceridad.

En nuestra opinión, es correcto que haya una legislación de alcance nacional -hasta ahora sólo hay disposiciones municipales o provinciales contradictorias- que regule la posibilidad de los menores de 18 años de ingresar a las páginas de contenido erótico. Las limitaciones en esa materia se apoyan en la base de asegurar un nivel de compresión no distorsivo, dado por la edad y la madurez psicológica del individuo. Se supone -lo dicen los especialistas- que a los 18 años el discernimiento de un individuo respecto de lo que está bien y lo que está mal en una sociedad y en un momento histórico determinado, es el adecuado. En cuanto a la educación sexual, la información debe ser amplia y empezar a la edad que los expertos aconsejen, lo que ahora mismo se está haciendo. Pero no en todo el país: hay provincias -cito sólo a Salta porque es emblemática- donde la legislación es oscurantista.

Abogamos para que se destierre el miedo frente a lo que es nuevo y se abandone el camino de las prohibiciones. La conducta adecuada es la de informarse y participar junto a los jóvenes, en el mundo de las novedades tecnológicas. Esas son las claves para la comunicación directa entre las generaciones y la ínter actuación que beneficia.