Y también asistimos a un fenómeno de protestas en varios países europeos, siendo la de los “indignados” de España la más notoria en estos días. Y desde luego que en todos estos países los humanistas hemos estado participando activamente, a la par de los manifestantes.
Para quienes observamos este maravilloso proceso desde otras latitudes, en mi caso desde Argentina, es inevitable la comparación con lo que pasó en este país desde finales del 2001 y hasta el año 2003. En ese momento, luego de la mayor crisis financiera de la historia argentina, cuando los bancos se quedaban con el dinero de la gente, cuando los políticos ejercían su corrupción de todas las maneras posibles, cuando la pobreza y la desocupación llegaban a niveles intolerables; en ese momento hubo un estallido no violento. Y la gente reclamaba *“que se vayan todos”*: que se vayan los políticos, que se vayan los banqueros, que se vayan los economistas, y todos los que representaban ese sistema que tantas desgracias les había traído.
Y esa rebelión popular que se dio en Argentina, algunos cambios provocó: renunció un presidente, y luego otro que duró una semana, y finalmente hubo una transición hasta elegir un nuevo gobierno. Y ese nuevo gobierno tuvo necesariamente que girar hacia otro tipo de políticas: se abandonaron algunas prácticas neoliberales, se priorizó la industria nacional y por lo tanto el empleo, bajó la desocupación y mejoraron los salarios. Y también se hizo mucho en política de derechos humanos. Mucho se cambió, no hay duda de ello.
Sin embargo, para los que vivimos aquellas épicas jornadas bajo la consigna de *“que se vayan todos”*, ha quedado en evidencia que la mayoría de los que se tenían que ir se quedaron. La pobreza disminuyó con respecto a la situación anterior, pero se cristalizó en un porcentaje muy alto de todos modos. Y fundamentalmente, no hubo cambios profundos en el sistema político ni en los mecanismos democráticos; siguen vigentes las corporaciones de poder de siempre, que a veces gobiernan y a veces condicionan a quienes gobiernan, pero siempre están.
¿Por qué no se fueron todos, si la mayor parte del pueblo así lo exigía? Porque el pueblo o bien no supo, o bien no pudo, o bien no quiso, generar una organización que reemplace eficazmente a la anterior. Entonces, cuando bajó la marea, la basura asomó de nuevo. Desde ya que hubo intentos e iniciativas. Por ejemplo las asambleas populares, que en su mejor momento se realizaban en casi todas las ciudades del país; pero si bien eran numerosas, el porcentaje de la población que participaba era bajo, y los que asistían entusiastas, luego de estar durante horas discutiendo para ponerse de acuerdo en el título de un volante, se sintieron desgastados y volvieron a sus casas. Otros propusieron el voto en blanco o nulo para forzar el final de los políticos tradicionales; y de hecho el porcentaje del voto nulo y blanco fue muy alto; sin embargo, lo que se logró fue que ganaran las elecciones los partidos tradicionales, aunque sus porcentajes de votos fuesen sobre un universo bajo de votos válidos.
Pero las historias no tienen por qué repetirse, y aspiramos que este nuevo momento histórico realmente desemboque en un gran cambio. Pero para eso no será suficiente con organizarnos para pedir que se vayan todos, o para pedir que cambien al sistema a los mismos que medran con ese sistema. Será necesario que la gente se quede, tal vez no en las plazas eternamente, pero sí organizándose de una nueva forma, para ejercer la democracia real, elaborando sus propias leyes, votando sus propias leyes, y designando por sí mismos a los responsables de aplicarlas. Organizarse no es una tarea sencilla, en una época en que todos desconfían, y con razón, de las organizaciones. Pero habrá que encontrar la forma, porque de lo contrario, aunque se vayan todos, si el molde queda igual, se llenará con más de lo mismo.