No es necesario el derretimiento de los reactores para emitir radiación al exterior. Las explosiones de las plantas nucleares de Fukushima están liberando volúmenes inmensos de radiación. El descontrol es absoluto. No hay nadie que pueda acercarse al núcleo del reactor que había sido inundado con agua de mar para frenar su recalentamiento y fusión, último recurso. El gobierno de Japón titubea reconocer que parte de un reactor se ha derretido como ocurrió en Pensilvania en 1979 con el reactor de Three Mile Island. El ocultamiento de la gravedad y la desinformación recorre el mundo. Hace minutos, un técnico de seguridad nuclear argentino, de la CNEA, reporteado por un canal de Buenos Aires, minimizó el impacto de los reactores japoneses y dijo sin inmutarse que en Chernobyl murieron solamente 35 personas, cuando murieron miles trabajadores, bomberos y liquidadores, así llamados a los soldados soviéticos enviados a envolver el reactor fundido, y gran parte de la población evacuada transportaba la radiación que más tarde les provocaría la muerte. El hospital Garraham de Buenos Aires, fue uno de los tantos nosocomios que recibieron a niños de Ucrania con deformaciones y cáncer de tiroides, nacidos después del derretimiento del reactor de Chernobyl. Reina la hipocresía.
El desastre nuclear de Japón, en las centrales de Fukushima, seguramente reflotará la discusión internacional sobre la energía nucleoeléctrica, pero no evitará la indignación que producen informadores falaces, interesados, digitados por los señores del átomo, dedicados a cubrir el mundo de noticias adulteradas, mientras seres aterrados, azorados, deambulaban con la ridiculez de un barbijo insuficiente, la mirada perdida, resignados.
Las imágenes del reactor humeante aún no ha sido explicadas y menos sus efectos. El técnico nuclear oriental no se diferencia al de occidente. Ambos minimizan los eventos trágicos de la actividad nuclear, ocultan la gravedad del siniestro, niegan el impacto radiactivo, tal vez con el pretexto de aquel hallazgo de la segunda guerra mundial, el invento letal que nació como secreto de estado, creando artefactos de destrucción masiva y atemorizando al otro con armas de última generación.
El sentido del deber, del honor, del compromiso juramentado, conceptos rigurosamente éticos y solidarios del pueblo japonés son marcadamente opuestos a los que rigen la cultura occidental. Lamentablemente, en las cuestiones relacionadas con la fisión nuclear y la producción núcleoeléctrica, las diferencias entre ambas culturas son escasas o nulas. Las autoridades japonesas que regulan y dirigen esa industria manejan iguales códigos de ética y grados de corrupción que sus pares del otro hemisferio.
El volumen de los accidentes nucleares japoneses y la manera de engañar al pueblo con falsedades había producido un creciente malestar en la década del 90, con manifestantes y grupos de ambientalistas en las calles, por consiguiente el gobierno decidió realizar entonces una campaña para cambiar la imagen impopular de sus plantas nucleares. Crearon un dibujo al que llamaron Pluto Boy; el monigote televisivo anunciaba que *“el plutonio es lo suficientemente seguro como para beberlo”* y abundaba en otras consideraciones de igual o peor laya, con el lema *“tan seguro como el agua”*. El escándalo internacional que esto produjo, las denuncias de los organismos internacionales que manejan el poder nuclear, departamentos de estado e instituciones de energía de países del primer mundo, no pudieron impedir que el muñeco animado apareciera diariamente en los televisores japoneses para calmar a una población movilizada, a pesar de que algunos funcionarios del organismo mundial rector en la energía nuclear (Agencia Internacional para la Energía Atómica -AIEA) viajaran expresamente hasta Tokio para exigir el cese de la campaña del patético Pluto Boy.
Es probable que el colapso de las plantas nucleares de Fukushima, luego del terremoto y del Tsunami, sean las de mayor gravedad después de la fusión del reactor de Chernobyl, pero para sus autoridades tal preocupación no existía hasta ayer cuando afirmaban que *“la radiación emitida es fácilmente asimilable por el cuerpo y sin riesgos mayores”*.
Hay que tener coraje para admitir semejante aseveración mientras las agencias de noticias y filmaciones del país damnificado, hacían referencia a trabajadores heridos y contaminados, primero tres, enseguida quince y más tarde el silencio. Tan pronto había cien mil desaparecidos por el devastador terremoto como poco después las cifras bajaron a diez mil, como si alguien hubiera borrado por error un cero.
El humo del reactor de Fukushima asciende después de una fuerte explosión que recorrió los ojos del mundo pero para los funcionarios atómicos se trataba de vapor que deliberadamente habían liberado para mitigar la alta presión y reducir los cientos de miles de grados centígrados de temperatura de la fisión nuclear, la cobertura de la planta había perdido parte del techo y uno de los muros, decenas de personas comenzaban a ser evacuadas, y enseguida fueron miles los desplazados, pero seguíamos ignorando qué produjo la explosión y su impacto real. Muy pronto sumaban cinco los reactores en peligro de fusionarse, pero la decisión de cerrarlos, *“fue por precaución”* (se dijo), aunque los bomberos, la policía y los trabajadores, operaban a distancia y cada vez eran más las personas irradiadas.
Horas después le tocaba ser noticia al reactor número tres del complejo nuclear de Fukushima Daiichi debido a una explosión de hidrógeno, menguada por el portavoz del gobierno con el consabido *“no se ha dañado el reactor”*, pero *“es posible que se haya producido una fuga radiactiva,”* se animó a admitir. La estupidez del especialista que acierta decir que no quedó afectado el reactor (cosa que asegura) y al mismo tiempo duda de la emisión radiactiva, tarea mucho más fácil de comprobar, con sólo acercar un medidor de radiación. Mentir y ocultar es la característica que rige el ámbito de la energía atómica. No escuchamos a medio alguno, ni a funcionario del gobierno japonés, mencionar el estado de los tambores con residuos radiactivos, contiguos a las plantas colapsadas.
En la estadística nuclear japonesa tenemos registrado el incidente del sismo de 2007 cuando la central de Kashiwazaki-Kariwa, con siete reactores, quedó fuera de servicio *“momentáneamente por precaución”*, según insistían los funcionarios que ocultaban una fuga radiactiva; la planta tardó cuatro años en volver a funcionar. Cerrada por precaución y tardaron cuatro años en rehabilitarla.
Japón tuvo en 1999 un siniestro nuclear grado 5 en la escala sismológica de Richter (de 1 a 7), en la instalación de Tokaimura, a sólo 140 kilómetros de Tokio. No hubo terremoto ni tsunami, pero si errores técnicos y operativos manipulando uranio en contacto con ácido nítrico que provocaron una reacción nuclear incontrolada. Los elementos radiactivos impactaron en 30 operarios que recibieron dosis quince mil veces superiores a las admisibles pero sus efectos se propagaron al exterior obligando a evacuar a 300.000 habitantes en un radio de diez kilómetros. La investigación probó que no existía la tecnología adecuada y se canceló el servicio de la empresa que operaba la planta de reprocesado. En esas mismas instalaciones hubo graves accidentes en 1995 y 1997, pero la lista incluye muchos otros como el de Tsuruga en 1995 donde se irradiaron más de 250 personas mientras se reparaba la central. A partir de ese año, hay un calendario negro de accidentes e incidentes de plantas nucleares japonesas emitiendo fugas radiactivas y, curiosamente, se produjeron muchas de ellas sin la participación de los recurrentes terremotos que padece la isla.
A partir de la crisis del petróleo en los años setenta, Japón decidió desarrollar la energía nuclear. Al depender también del uranio, Japón recurre al reprocesamiento para recuperar el plutonio y el uranio quemado de sus reactores. Sus barcos desfilan transportando los residuos radiactivos de fisión para que Francia o Inglaterra se los devuelvan convertidos en nuevo combustible para sus reactores. El transporte de estos elementos radiactivos significa un cuadro sumamente crítico de una actividad que pone en peligro al resto de la humanidad y hace que numerosos movimientos sociales y ecologistas se movilicen intentando bloquear los envíos. Lo que en realidad hace Japón es sembrar la isla de bombas atómicas, expuestas a ser detonadas por algún Tsunami o por la mano desprevenida de algún técnico que omitió vigilar alguna válvula, porque con la energía nuclear no existe umbral seguro. La radiación es sutil, acumulativa, cancerígena y altera las células de información genética, produce mutaciones y, en este marco, los barones nucleares instalaron un gran patíbulo alrededor del mundo sembrándolo de cilindros y bóvedas radiactivas que al caducar su vida útil se convierten en sepulcros de desechos nucleares, en el mejor de los casos, ya que los reactores fueron previamente desarmados pero la radiación continuará por milenios en los residuos radiactivos almacenados.
Javier Rodríguez Pardo es autor de «En la Patagonia NO» [www.machpatagonia.com.ar](www.machpatagonia.com.ar)