Dos semanas después de iniciadas las revueltas en Egipto, la revolución de la calle no da muestras de cansancio.
Las frías noches en la descampada plaza Tahrir, si bien han penetrado en las pieles de quienes allí acampan, deteriorando la salud de decenas y forzando la resistencia de miles, tampoco han sido suficiente para batir el temple de los jóvenes egipcios que han apostado al cambio histórico por el que atraviesa su país y la región, luego de las determinantes manifestaciones que tuvieron lugar en Túnez.
La irrupción de nuevos actores políticos, la participación de los Hermanos Musulmanes en el gran diálogo nacional convocado para el próximo domingo; la surrealista imagen de Mubarak recibiendo a líderes internacionales, como si nada pasara más allá de las ventanas de su despacho; la incertidumbre y la calada sensación de que el país ha entrado en una descontrolada espiral de acontecimientos, siembran el terreno con interrogantes sobre un futuro que aún no se vislumbra claro para el pueblo del valle del Nilo.
El resentimiento de la economía es un hecho, y la quiebra de Egipto podría ser cercana. Las grandes empresas se encuentran también paralizadas ante la decisión de sus empleados a sumarse al movimiento de las calles. La industria turística, fundamental para Egipto, se desplomó y las pérdidas suman miles de millones de euros.
El tímido regreso a la normalidad en El Cairo, experimentado en los últimos días, se esfumó ayer con la dimensión que volvió adquirir la plaza Tahrir ante la llegada de masas que aún se encontraban en sus casas, dudosas de expresarse.
Esa realidad comprobada, de que aún miles de egipcios temen salir de sus casas y sumarse a la exigencia de la salida de Mubarak al poder, será determinante en los próximos días.
Lo que acontezca el viernes 11 en la plaza de Tahrir, en buena medida podría acelerar la salida o profundizar el deterioro de una situación explosiva, y vulnerable a ser alterada por fuerzas interesadas en provocar un desequilibrio aún mayor en la región.
**Pablo Gámez**