Gracias a las gestiones de su sobrino Yaro, pudimos visitar a Lily Garafulic en su departamento, frente al Parque Forestal, donde gozamos de su encantadora y luminosa presencia, al tiempo que nos fue hablando de cada una de las obras de las que todavía no ha querido desprenderse y que observa como si las tuviera en frente por primera vez.
*“En los trabajos escultóricos se nota de inmediato si estuvo o no presente la inspiración. Si no se la tiene, la obra es menos transparente, menos diáfana. Buscando la inspiración, me exigía más y más, me iba autoimpregnando en mi quehacer disciplinario y si la solución no aparecía, me desesperaba. Ya no podía pensar en otra cosa. Confrontaba la verdad a la metira y, al final,a mbas existían y tenían la misma realidad. Buscaba la solución al problema que quería resolver y muchas cosas las lograba resolver en los sueños. El mundo de los sueños fue para mí simpre un nutriente importantísimo de mi inspiración. Como no podía pensar más que en los problemas que tenía pendientes, en los desafíos que la obra escultórica me presentaba, me quedaban dando vueltas y me los llevaba al sueño. Entonces encontraba allí las soluciones más inspiradas”*.
Hizo muchos viajes, investigaciones, tuvo una intensa dedicación a su trabajo de taller donde ejercitó técnicas nuevas, las aprendió, las descartó, completó etapas y también fue transmitiendo lo aprendido dedicándose a la enseñanza de la escultura en la Universidad.
*“La misma escultura exigía de mí más y más. Cada vez que quería crear algo, me metía de vuelta en alguna escultura anterior mía, la examinaba como si no la hubiese visto jamás, experimentaba lo que esa obra dejaba planteado, si había cosas sin resolver y trataba de avanzar buscando completar esa idea; resolverla o dejarla, en íntima conexión con la producción. Al buscar la solución a un problema, aparece lo que va a ser capaz de seguir adelante y lo que se va a tener que quedar en el camino. Así fuí advirtiendo el recorrido que hay entre una y otra obra de arte”*.
Vivó algunos años en Creta, donde llegó invitada a dejar una de sus esculturas. La isla la cautivó y la cultura griega también, todo lo que dejó Fidias y su escuela. *“El Renacimiento nace en Grecia, nos dice, con Fidias”*. Y agrega, *“de él aprendimos que antes de hacer algo, tienes que mirar a futuro y advertir qué implica”*.
*“En las obras de arte, necesitas retener de ellas lo que te gusta y lo que no te gusta, tienes que mirar con el mismo interés ambos aspectos. Es muy difícil. Hacer arte es jugar, aprendes a jugar, a jugar a fondo. Eso te va formando y aparecen las inquietudes que tienes. Y te encuentras con las sorpresas de la vida. Repites tus intenciones, rescatas esas sorpresas, pero si encuentras el misterio…. lo dejas tranquilo no más”*.
*“El ser humano es vacío, receptivo, espontáneo. Hay gente a quienes el amor los llena. A los poetas y los literatos esos sentimientos los nutren, se desarrollan gracias a ellos. Para mí el trabajo creativo ha sido tan absorbente que me ocurría de perder la noción del tiempo. Si me demoraba una semana, un mes, un año o toda la vida, no tenía importancia, lo hacía porque estaba dispuesta a hacerlo, abandonando todo por lo que me interesaba, nada mejor que trabajar así!”*.
Le preguntamos cuál fue su obra más significativa o cuál de ellas hoy en día le resulta más querida. Nos dice, fascinada, que fue *“Cunebunda”*, una escultura en terracota de un busto femenino con máscara de láminas doradas. *“Su belleza merecía que le pusiera una máscara de oro y así sus ojos ganaron aún más misterio”*.
*“Siempre necesitamos también participar del mundo en el que estamos”*, agrega antes de concluir. *“¿Cómo vamos a participar después de morir?”*, nos pregunta y nos invita a ver una pintura que ha hecho hace un tiempo y de la cual tampoco quiere desprenderse, con figuras humanas que se orientan hacia una luminosidad muy especial. *“Este cuadro muestra dónde voy. La esperanza, la ilusión de la Luz a la que deberíamos llegar pero no hemos llegado todavía. ¿Para dónde vamos después? No sabes…”*