El desafío de pensar en como sería una nueva civilización puede ser muy atrayente, porque uno podría dar rienda suelta a su imaginación, y diseñar en la teoría una nueva Utopía, como la que imaginó Tomás Moro, autor del libro que le dio nombre a las quimeras sociales. Y ese ejercicio literario es válido por sí, aunque no pudiera ir más allá de las propias ocurrencias plasmadas en el papel, con las ingenuidades y las contradicciones de la persona y de la época.
Pero también podría pasar que alguien con vocación de poder, imagine como debiera ser una sociedad bajo su mando, pretendiendo tener el control de hasta el más mínimo detalle de su funcionamiento. Y esto ya lo hemos visto llevado a la práctica, en el campo de la economía, en las experiencias frustradas del socialismo real, que luego de 70 años asumió su fracaso y se entregó al viejo y conocido capitalismo.
Tal vez habría que pensar la organización de una nueva civilización como una construcción conjunta, producto de la interrelación de numerosas imaginaciones, de muchos puntos de vista, de múltiples aspiraciones. Y en ese caso podríamos intuir una cierta dirección común, una cierta sensibilidad común a la que aspira el ser humano, y en base a eso esbozar algunos trazos gruesos que luego puedan irse adecuando, modificando y enriqueciendo.
Cuando hablamos de Economía, no es muy difícil llegar a denominadores comunes de lo que la mayoría quisiera. Mejor distribución de la riqueza, equidad, armonía con el medio ambiente, buena calidad de vida para todos, relaciones solidarias, buenas condiciones laborales, y muchos otros etcéteras. Podrá haber diferencias menores, pero la mayoría coincide en ciertos objetivos fundamentales. Tanta coincidencia hay que hasta nos sentimos redundantes cuando mencionamos tales tópicos como propuestas políticas, porque todos dicen lo mismo.
Podríamos decir que las diferencias comienzan en el “cómo”. Cómo debe organizarse la economía en una sociedad para obtener esos frutos a los que muchos aspiramos. Y si bien podríamos decir que las aspiraciones del futuro, son fundamentales para actuar en el presente construyendo caminos hacia ellas. También podemos decir que si no está claro el “cómo”, muchas veces esas aspiraciones de todos terminan emplazadas como ensueños compensatorios que no movilizan acciones transformadoras.
Por lo tanto, buscando las raíces de lo que podrían ser los fundamentos para la economía de una nueva civilización, nos empezamos a encontrar, después del “qué”, con el “cómo”. Y el “cómo” puede tener al menos dos niveles: uno es “cómo debiera funcionar la organización económica para que se logre concretar las aspiraciones de la mayoría”.Y el otro nivel del “cómo” es “cómo hay que hacer para cambiar la organización que hoy tenemos por esa nueva que deseamos”. Porque podría pasar que entre muchos nos pongamos de acuerdo, encontremos la fórmula organizativa de un sistema económico que cumpla con los requisitos planteados, pero a la hora de aplicar esa nueva forma organizativa, quienes tienen los resortes de poder para hacerlo, se nieguen porque va en contra de sus propios intereses. Y que tal si los que sienten afectados sus mezquinos intereses no son solamente minorías, sino sectores importantes de la población.
Entonces, tal vez debamos bajar un escalón más buscando los Fundamentos, y pensar en ciertas condiciones generales como terreno propicio para intentar las transformaciones. Porque para construir un edificio con solidez, son muy importantes los cimientos, pero antes de los cimientos está el suelo en el que se apoyarán, porque si construimos los cimientos en un pantano, el edificio se hundirá. Y en la sociedad eso tiene que ver con los fundamentos culturales, con el sistema de valores, con la actitud colectiva. Difícilmente se pueda construir una economía basada en valores solidarios, en una sociedad donde prevalezca el individualismo. Difícilmente se pueda construir una economía en la que la sustentabilidad ambiental dependa de la racionalidad en el consumo, en una sociedad que tenga en el consumismo un estilo de vida. Difícilmente se puedan llevar adelante las transformaciones políticas necesarias para aplicar una nueva economía, en una sociedad en la que no haya compromiso por la participación en la gestión y la toma de decisiones.
Hoy la mayor parte del mundo funciona con las reglas del capitalismo globalizado, y este se asienta sobre comportamientos sociales darvinianos, sobre el individualismo y la avidez consumista. Y si bien hay mucha gente que comienza a tener otro tipo de sensibilidad, la maquinaria sigue funcionando, y sigue alimentando la cultura materialista. Sin embargo, esa nueva sensibilidad que va apareciendo en mucha gente, aunque aún no alcance para que cambie el sistema, ayuda a que se pongan en evidencia cada vez mas sus contradicciones, y por allí se abre una luz de esperanza.
Entonces, podríamos decir que como primer fundamento para la economía de una nueva civilización, se necesita profundizar en la sensibilización respecto a la necesidad de un cambio profundo de paradigmas. Y si bien se deben delinear las imágenes de cómo sería esa nueva economía a la que se aspira, para ponerla más cercana y accesible en el imaginario colectivo, lo fundamental será que a través de esas imágenes se transmitan nuevos valores culturales, que sintonicen con la nueva sensibilidad naciente, hasta potenciar una mística social.
La valoración de la reciprocidad como modo de relación entre las personas, y por lo tanto también en las relaciones económicas, se podrá fomentar como actitud de vida, y eso dará una dinámica transformadora a las relaciones. A diferencia de la mera solidaridad humanitarista, que no solamente tiende a naturalizar el sistema de relaciones entre “ayudadores y ayudados”, sino que además no tiene mayores posibilidades de arraigarse en la mayoría de la gente, fuera de la retórica formal.
La actitud crítica y autocrítica hacia el consumismo irracional, debiera incorporarse como código de valoración social. En la cultura decadente del materialismo, tener y exhibir objetos es sinónimo de “ser un ganador”; en una nueva cultura podría empezar a ser sinónimo de “ser un imbécil”.
El egoísmo, la falta de compromiso social, la animadversión por la participación en lo colectivo, la indiferencia por el dolor ajeno, y muchas otras tendencias, que hoy por ser moneda corriente permiten que los individualistas se auto justifiquen y pasen desapercibidos, a futuro se pondrán cada vez más en evidencia como comportamientos deleznables.
A partir de ese primer fundamento, el de una nueva cultura de valores, que se corresponda con una nueva sensibilidad que va naciendo, es que se podrán comenzar a colocar los pilares de una nueva economía.
Uno de esos pilares es el de generación de canales de democracia directa en diversos espacios de participación de la gente. Porque de otro modo, ¿Cómo podría la gente que desea transformar el sistema económico, operar sobre las reglas que lo regulan? La gente debe poder participar en las decisiones que hacen a la administración de los presupuestos públicos, y debe tener poder de decisión en la sanción de leyes que modifiquen las reglas del juego de la economía en función de una distribución del ingreso más equitativa. Y también los trabajadores deben tener poder de decisión sobre la gestión y administración de las empresas. Una sociedad con una cultura de participación política, y con un proyecto transformador por delante, no puede caer en las vías muertas de las democracias formales, muchas veces asociadas con el poder económico concentrado, sino que deben tener canales expeditivos para la toma de decisiones.
Otro de los pilares para una nueva economía, y que tiene que ver con un cambio de paradigmas, es el de la aplicación a raja tabla del principio de “iguales oportunidades para todos”. El Estado debe garantizar que todas las personas tendrán iguales oportunidades para desarrollarse económicamente. Luego cada cual sabrá como utiliza tales oportunidades, pero estas deben existir por igual. Comenzando por garantizar la educación pública y gratuita para todos en todos los niveles, continuando por el estímulo y la ayuda financiera, y desarticulando los bolsones de poder que condicionan las relaciones económicas.
Desde luego que sobre los pilares de una nueva economía, se deberán ir montando toda una serie de legislaciones y procedimientos propios de una economía mixta, una economía a escala humana. Temas como la propiedad participativa de los trabajadores en las empresas, la banca estatal sin interés, las reformas tributarias, los presupuestos participativos, y otros, requerirán de un profundo análisis técnico para viabilizar su implementación. Pero ese análisis sería muy difícil de hacer con tecnócratas formados académicamente en una visión en la que el dinero y la economía han sido el valor central.
Será necesario, como fundamento de una ciencia económica al servicio del hombre, modificar la actual concepción de la economía como una “ciencia exacta, con algunas interferencias sociales”, y pasar a la concepción de la economía como una ciencia social, que utiliza instrumentos técnicos. Ya no habrá que buscar equilibrios en el mercado, a costa de sacrificios sociales, sino que habrá que lograr equilibrios sociales basados en el principio de la igualdad de oportunidades, adecuando la técnica a tal principio. Y ya no se podrá medir el crecimiento y el desarrollo con el dinero como unidad de medida, sino que habrá que ponderar los índices de desarrollo humano, poniendo la economía al servicio de tales indicadores.
Finalmente, debemos decir que como los problemas globales requieren de soluciones globales, y no serán precisamente las potencias que los generaron las que se ocuparán de resolverlos, será fundamental contar con un nivel de resolución mundial para tales problemáticas. La pobreza extrema de muchos países, el calentamiento global, el colapso energético y alimenticio, y otros flagelos de escala mundial, no pueden ser enfrentados por cada país, sino por su conjunto. Las naciones, manteniendo y respetando su diversidad cultural y autonomía, deberán funcionar como una Gran Nación Humana Universal, para coordinar la resolución de las temáticas mundiales.