Lo primero que pronunció a la audiencia fue la palabra «surrealismo». La Escuela de Mecánica de la Armada era un espacio donde hasta lo más impensado podía suceder. Rosas negras fueron enviadas por el Tigre Acosta una madrugada a la casa de la madre de Adriana, eso era surrealista. Pedía calamaretis fritos porque era el plato más caro, y era extraño ver la cara del portero de Mau Mau saludando a Jorge «Tigre» Acosta con total confianza.

Sentado, Ricardo Cavallo sostenía su computadora portátil. Lo acompañaban sus dos abogados. Mientras, Marcus habló más de dos horas en la audiencia del miércoles del juicio por los crímenes de la ESMA. Un joven profesional que podría haber pasado por estudiante de cualquier carrera, ese era Cavallo.

En el Hospital Finocchieto por la tarde y por la mañana en el Castex trabajaba de enfermera Adriana cuando la secuestraron el 26 de agosto de 1978. Una puerta se abrió cuando iba a poner la llave en la cerradura de su departamento. «Sentí un grito, adentro estaba oscuro», dijo. La tiraron en la parte de atrás de un auto y le pusieron esposas. «Me revisaron todos los orificios posibles en busca de una presunta pastilla de cianuro», relató sobre su recibimiento en la ESMA. Querían conocer el paradero de personas que supuestamente conocía, mientras la manoseaban.

El destino parecía la muerte, según Verónica Freier, otra secuestrada. «A mí me parecía un horror», dijo Adriana cuando contó que le daban algunas tareas. Pasó un tiempo en un «camarote», un espacio con camas apiladas, luego de pasarla a Capucha. Fue llamada para preguntarle si podía traducir al alemán un dossier sobre la formación de las distintas organizaciones políticas y militares en la Argentina, esa fue la tarea. Ella les pidió permiso para consultar las dudas por teléfono con su padre, aceptando la misión.

Junto a otra detenida, la traducción la hacía en el Dorado. «Las hacíamos menos audibles todavía», agregaba al relato sobre la desgrabación de las escuchas telefónicas «poco audibles». Existía una habitación tapizada de envases de huevo para disminuir el ruido, y un día la llevaron a ese lugar, a la «huevera». Se tuvo que dar vuelta y mirar a un punto fijo e hicieron que se vistiera bien. Probablemente, reconociendo lo que había, los represores Emilio Massera y Armando Lambruschini estaban haciendo el cambio de mando.

Adriana repetía que lo surrealista se apoderó de la situación: «ocurrían cosas extrañas». Convivían represores y víctimas, por ejemplo, como el día que los llevaron a una quinta en Del Viso.

«Subversivas» era la palabra que repetían para digirse a las mujeres. Varones y mujeres fueron llevados a cenar a El Globo. El feminismo fue uno de los temas de conversación, «era muy difícil sostener esa situación porque se armaban debates en los que sentías que nos estaban probando para ver si pisábamos el palito. Estábamos en el filo de la navaja entre no traicionarnos y tampoco abrir un debate para quedarnos en inferioridad y que nos volviesen a meter en Capuchita, nosotras tratábamos de intervenir lo menos posible».

«Había que estar en diferentes salidas y era muy desagradable».

«Acosta nos decía que se iba a ir a Sudáfrica y que se habían equivocado con nosotras».

También habló sobre la posibilidad de ese juicio que les parecía tan lejano, después de pedir un vaso de agua al tribunal. «No iban a terminar, teníamos la sensación de que ese estado de cosas era para siempre».

Clasificaban información: el 24 de abril de 1979 entró en un período de trabajo forzado en un departamento de Jaramillo y Zapiola en el que funcionaban una oficina de prensa al servicio del proyecto político de Massera. Libros que se habían robado de las casas de los secuestrados estaban en el garage en una biblioteca.

La embajada de Alemania fue uno de los lugares donde el padre de Adriana pidió por ella, además del Ministerio del Interior. La SIDE incluso estaba ligada al cónsul o embajador quien lo puso en contacto con alguien que tiempo después reconocerían como Carlos Españadero. Su padre pensó que buscaba información y que estaba lejos de ser alguien dispuesto a ayudar. La embajada aseguró ante el colectivo de exiliados y familiares que le habían salvado la vida, tiempo después. Había existido complicidad, Adriana se lo dijo al responsable de ese momento.

Fuente: Página/12