No lo encuentro entre mis recuerdos pero seguramente, años atrás, habré escuchado una buena noticia –al ritmo de cable- proveniente de la zona fronteriza entre los EE.UU. y México. Sí recuerdo bien que en mi adolescencia –también a la velocidad de los teletipos- me enteraba de buenas cosas provenientes de Israel; los asentamientos agrícolas cooperativos, los avances en contra de la desertificación y algunas proezas en el campo de la ciencia.
Eran otros tiempos. Estadísticamente, eran épocas en las que la humanidad tenía confianza en el futuro y ello se reflejaba en las más altas tasas de nacimientos de los tiempos ‘modernos’. El mundo prometía buenas cosas para los hijos. También en esos tiempos las guerras se habían enfriado.
Más adelante vino otra cosa. En síntesis, esa otra cosa fue la coronación del rey mercado y de su política, el crecimiento económico ilimitado. Poco a poco fueron desapareciendo las buenas noticias como también fueron disminuyendo las tasas de nuevos advenimientos de bebés a un mundo cada día más difícil.
En cuanto a México, hoy tenemos noticias diarias. Cada mañana nos enteramos de las variaciones de su bolsa de comercio. Y casi dos veces por semana, nos informan de nuevas muertes producto de la violencia estatal, delictual, sexual o racial. Otro tanto ocurre con Israel. Nada bueno se escucha o se lee desde hace mucho tiempo proveniente de un país en el que, a no dudar, hay una enorme mayoría de buenas gentes, pacíficas, amables, y que al igual que los estadounidenses mexicanos y yankis, sólo aspiran a vivir bien y a llevarse mejor con sus vecinos.
Las imágenes de los sucesos que allá ocurren y de los que somos informados minuciosamente –con tomas directas de los disparos y de sus víctimas tendidas en el suelo- gracias a la proliferación de las videocámaras, son equivalentes a los grabados de las peores épocas de la humanidad como las quemas de brujas o los judíos en las antecámaras de gases.
¿Cómo explicar en términos actuales tanta atrocidad, si ya nadie aceptaría una versión basada en la barbarie de pueblos y épocas primitivas? Usando la terminología actual, sólo se puede hablar de una sociedad inviable, de países que no tienen futuro, de un modelo social y político fracasado.
Cuando una sociedad que debía avanzar hacia la integración plena de todos sus miembros, hacia relaciones cada vez más civilizadas entre pueblos y prosperidad y bienestar generalizados debe recurrir a fortificarse y a aumentar sus contingentes de fuerzas militares, es señal de que los intentos por alcanzar esos objetivos han fracasado.
En alguna crónica futura sobre esta época leeremos que en la frontera que separa Ciudad Juárez y Texas, el pasado lunes 7 de Junio un policía de frontera de EE.UU. asesinó a un adolescente, Sergio Adrián Hernández de 14 años, de un disparo. El hecho se produjo cuando el joven se encontraba –quizás sin intenciones de cruzar el límite- en territorio mexicano.
No se trata de un hecho aislado. El matar sudamericanos es ya una política de un país que no tiene cómo controlar a buena parte de su propia población que, adicta al consumo de drogas y al dinero, da origen a un negocio de alrededor de 25 mil millones de dólares anuales que se generan por el narcotráfico en esta frontera. Por la otra parte, las ansias de participación en el negocio han provocado la muerte de 7,000 personas en tan sólo 16 meses, ya sea a causa de la competencia entre proveedores o de la sobre reacción de miles de policías mexicanos que fueron llevados a la zona para ‘apaciguarla’. Y es que el tráfico es recíproco: el 90% de los armamentos utilizados por los carteles de la droga en México provienen de los EE.UU.
Entre otros negocios vinculados está el de la construcción de muros. De los 3.000 kilómetros de límite común con México, 1.100 de ellos serán delimitados por un muro que cuesta 2 millones de dólares por kilómetro. Las nuevas leyes y medidas desesperadas de ambas naciones fracasadas han hecho igualmente subir el precio de “las pasadas” a través de las brechas que descubren los coyotes: de 1.500 a 4.000 dólares ha aumentado el valor por ser trasladado de un país al otro.
**La otra frontera**
En medio oriente, no se trata de narcotráfico o de su contraparte, el dinero rápido y las armas. Todo parece indicar que el negocio allá es el de la protección, al más viejo estilo de la mafia italiana. Los países europeos y EE.UU. le venden protección y blindaje a un pueblo históricamente atemorizado a cambio de que Israel cumpla con la función de gendarme y de base militar aliada, en medio de una región clave para la obtención de petróleo.
En este otro negocio, las pérdidas en vidas humanas son también cuantiosas. 1.200 muertos en menos de un mes, durante la llamada Operación Plomo Fundido a fines del 2008. Como en la otra frontera, las muertes mayoritarias se producen en el lado menos militarizado y menos armado del límite fronterizo.
Allí también se llegó a la moderna idea de fortificarse. Los muros –reminiscencia medieval rescatada por actuales gobernantes incapaces- suelen concebirse para protegerse. Podría entenderse, cuando alguien traspasa la reja que uno erige en torno a su casa, que haya una acción de control y castigo. Así lo han pensado los últimos gobiernos de Israel, que ya han rodeado Cisjordania con unos 600 kilómetros de murallas de 8 metros de altura y van a emprender uno nuevo –cuyo costo estimado es de 270 millones de dólares- entre Gaza y Egipto. Pero la moral política de la época no contempla un castigo a la trasgresión de Israel que ha demostrado que no respeta los límites internacionales acordados por el conjunto de los países del mundo.
Son los síntomas de un modelo inviable. Hace unos meses se celebraban los 20 años de la caída del muro de Berlín y Hillary Clinton hacía un llamado a derribar los muros del siglo XXI. Respecto de sus propios muros, nada dice.
En un futuro más luminoso y que ya se avizora, leeremos mejores noticias. Se recordará, eso sí a esta época, como la era del fracaso de quienes pusieron valores absurdos por sobre el de la humanidad y de unos cuantos gobernantes que no pudieron, a pesar de contar con recursos ilimitados, hacer más felices a sus pueblos.