La caída de las endebles y cuestionadas democracias, dio paso a regímenes en forma de generalatos, apoyados en las más burdas formas de violación de los derechos humanos, en las torturas y las desapariciones, en las masacres y el asesinato selectivo. Fue la nueva forma en que las oligarquías asumieron la total sumisión a Washington y se valieron de individuos sin escrúpulos al viejo estilo de Leónidas Trujillo, Anastasio Somoza, Fulgencio Batista y Alfredo Stroessner. Nombres macabros como el de Rafael Videla, Augusto Pinochet, José María Bordaberry, Hugo Banzer y muchos otros, quedaron en la memoria histórica de nuestros pueblos como un mal recuerdo y como una herida abierta y lacerante.

Varios medios en el mundo y especialmente de Europa mencionaron que se trataba de un “coletazo” de la Operación Cóndor, la coordinadora criminal de las dictaduras del Cono Sur en los años ’70.

Los presidentes de Estados Unidos involucrados en la Operación Cóndor, en mayor o menor medida, fueron Lyndon Blaines Johnson (1963 a 1969); Richard Nixon (1969 a 1973); Gerald Ford (1974 a 1977); James Carter (1977 a 1981); Ronald Reagan (1981 a 1989) y George Bush, padre (1989 a 1993). Todos ellos bendijeron de alguna manera la participación norteamericana en los sangrientos sucesos.

Los datos más importantes sobre la operación, que mencionó Rodolfo Walsh en su extraordinaria Carta a la Junta Militar Argentina, surgieron del juicio realizado en Estados Unidos por el asesinato del ex ministro del gobierno de Salvador Allende, el economista Orlando Letelier, y su secretaria Ronny Moffit en Washington en septiembre de 1976. Este caso ofreció, en ese momento, las mayores pistas sobre esa operación de contrainsurgencia que asoló al Cono Sur y borró fronteras, trasladando los comandos de la muerte por varios países y continentes.

El Instituto del Hemisferio Occidental para la Cooperación en Seguridad, conocido también, entre 1963 a 2001, como Escuela de las Américas, ahora ubicada en Fort Benning, pero provisionalmente trasladada a Panamá entre 1946 y 1984, en Fort Amador, y ahora nuevamente reubicada en el hotel Meliá Panamá Canal, fue el principal centro de adiestramiento propiciado por EE UU para adiestrar en técnicas de baja intensidad a más de 61 034 represores y torturadores latinoamericanos, muchos de los cuales brillaron por su bestialidad durante la Operación Cóndor, como fueron los casos del golpista dominicano, Elías Wessin y Wessin; el general boliviano Hugo Banzer; el creador de los escuadrones de la muerte salvadoreños Roberto D’Aubuisson; los generales golpistas argentinos Roberto Eduardo Viola y Leopoldo Fortunato Galtieri; el corrupto y torturador peruano, Vladimiro Montesinos; el criminal jefe de la Dina chilena, general Manuel Contreras; el jefe del reciente golpe de estado en Honduras, general Romeo Orlando Vásquez Velásquez; así como una larga lista de criminales uniformados.

Lo que resultaba difícil en la investigación posterior era entrecruzar la cantidad de documentos, versiones y testimonios que fueron surgiendo desde entonces.

Mientras en Brasil se estrenó la Doctrina de Seguridad Nacional de Estados Unidos, aprobada por J. F. Kennedy en 1962, mediante el golpe de estado a Joao Goulart, la dictadura de Stroessner en Paraguay supervivía desde 1954 hasta 1991. Por su parte, luego del golpe abominable contra Salvador Allende, el régimen de Pinochet en Chile se alargó desde 1973 hasta 1990. Argentina, lamentablemente, padeció a Videla, Viola y Galtieri desde 1976 hasta 1982; mientras en Uruguay los gobiernos represores de Jorge Pacheco Areco y José María Bordaberry se extendieron desde 1966 hasta 1985. Tal panorama aterrador lo sufrieron otras naciones del continente como Bolivia, Guatemala y muchas otras.

En varios archivos aparecieron algunos documentos básicos sobre la Operación Cóndor y testimonios inobjetables para finalmente hacer llegar algunos casos a la Justicia y además demandar las aperturas de archivos desclasificados en Estados Unidos.

Esa trama bestial y reprobable tuvo un nombre: La Operación Cóndor y fue consumada por las dictaduras militares y un centenar de terroristas cubanos, bajo la benevolencia de Washington y el apoyo de la CIA y el FBI norteamericanos. Para ello, recurrieron a la vieja herencia fascista de Adolph Hitler, al extremo que Cóndor no tuvo mucha diferencia de operaciones nazis como su famoso Decreto Noche y Niebla.

Pero quizás esa complejidad, el hecho de que la Operación Cóndor fue tan selectiva en la elección de las víctimas, además de los rastros que se iban dejando a pesar de la impunidad con que se actuó, hayan sido su verdadera debilidad.

Los cuantiosos recursos aportados por Estados Unidos para llevar a cabo el montaje de la Operación Cóndor incluyeron no sólo altas sumas de dinero, sino también un voluminoso intercambio de información, asesoramiento en técnicas de tortura y equipamiento provistos por la División de Servicios Técnicos de la CIA.

Trabajar en el esquema de esta operación requiere de un inmenso esfuerzo colectivo, que de ahora en adelante necesitará de un trabajo conjunto de todos los investigadores sobre el tema, porque de vencer impunidades se trata. Y en estas horas los pasos que está dando la Justicia abrirán una enorme caja de Pandora y dejarán al descubierto todo lo escondido bajo las alfombras malditas de la impunidad.