Diversas organizaciones y gobiernos de todo el mundo realizaron el pasado sábado 27 de marzo el apagón mundial de la llamada Hora de la Tierra, una iniciativa que comenzó hace tres años y consiste en apagar las luces durante una hora para advertir sobre la necesidad de enfrentar el cambio climático y el poco compromiso existente al respecto. No obstante, más del 20% de la población de América Latina (aproximadamente 100 millones de latinoamericanos) no puede sumarse a esta acción simbólica mundial, pues todavía no tiene acceso a la red eléctrica, ni siquiera a fuentes básicas de generación de energías baratas, como la solar, por ejemplo.
Hasta el día de hoy, más de la mitad de la generación eléctrica en el continente sigue produciéndose a partir de la hidroelectricidad, a pesar de los continuos reclamos de asambleas de vecinos, quienes han sido arbitrariamente desplazados de sus lugares de origen y los estudios de las organizaciones ambientalistas que demuestran los perjuicios al ecosistema y al paisaje humano.
El acuerdo de Kyoto exige que los gobiernos cambien sus políticas energéticas con el fin de conceder prioridad a incrementar el suministro de energías renovables limpias (como la energía solar y la eólica), que no emiten CO2.
En América Latina, la energía solar aún tiene escasa aplicación, restringida a algunas zonas rurales alejadas de los tendidos de redes de distribución pública, sin llegar a aplicaciones a gran escala. Mediante la construcción de grandes plantas fotovoltaicas (como las que actualmente existen en algunos países europeos como Alemania y España), los Estados pueden contribuir al desarrollo de energías limpias y baratas y dar trabajo a miles de personas, al mismo tiempo.
La energía eólica presenta una problemática similar: la potencia generada es prácticamente despreciable dentro de la matriz energética global. Mientras tanto, países como Argentina siguen gastando miles de millones de dólares por año en combustibles líquidos importados y en energía eléctrica de origen térmico comprada a países vecinos.
Las dos caras del “Apagón Mundial”
- Buenos Aires -