Las ONGs han reaccionado ante un contenido que catalogan de mero trámite y excluido de las reivindicaciones aún pendientes. Después de ser aprobada la Declaración de la ONU, las ONGs se han reunido para debatir su contenido y salir al paso de su tibieza y falta de compromiso. El resultado ha sido otra declaración en la que critican la exclusión que han padecido las propias asociaciones y la sociedad civil. Se quejan de que no han podido participar en su contenido, de la falta de compromiso en el proceso y de la ausencia de un calendario preciso y adecuado.
Denuncian a los gobiernos por considerar a la Plataforma de Acción de Beijing como un instrumento técnico que se ha ido separando de la filosofía que lo concibió. Consideran que se ha perdido una oportunidad de implementar la Plataforma y se quejan de la falta de información y de que sus voces hayan sido silenciadas.
Finalizan su escrito afirmando: “las mujeres hemos sido instrumentalizadas para firmar una Declaración vacía y hacemos un llamamiento al Secretario General y otras instituciones de Naciones Unidas para que hagan una rendición de cuentas, se den recursos suficientes y sigan unos cronogramas concretos”.
Esta situación pone de manifiesto, una vez más, el fracaso de un sistema, cuyo valor central es el dinero, que se desestructura cada día, y que para tratar de mantenerse, emplea la violencia, de forma manifiesta o larvada. La contradicción entre lo que dicen y lo que hacen las instituciones, el incumplimiento de normas, leyes y declaraciones por parte de aquellos que las emiten y el alejamiento de las “cúpulas” políticas y económicas de la base social son expresiones de este sistema caduco en el que vivimos. Así, se hace necesario buscar nuevas respuestas a la crisis de creciente deshumanización social.
En un sistema que mantiene un enfoque “natural” y darwiniano acerca del ser humano, sobre el que ejerce distintos tipos de violencia, aún persiste una visión de las mujeres, que las cosifica y las lleva a desempeñar ciertos roles sociales en los que en muchas ocasiones padecen silenciosamente abusos de todo tipo.
Las mujeres han motorizado muchos de los grandes cambios sociales y es innegable su contribución al arte, la ciencia, la cultura o la medicina, que generalmente se obvian y se esconden tras el velo de la negación y la censura. Así las cosas, mientras en las declaraciones se proclaman la igualdad de participación y de oportunidades para las mujeres, los espacios de decisión en los distintos niveles están mayoritariamente en manos de hombres y se sigue considerando que la familia es responsabilidad prioritaria de la mujer y no un proyecto que compromete a toda la sociedad.
Por otro lado, es llamativo el aumento de la violencia ejercida hacia las mujeres en el ámbito laboral y familiar. Ese aumento de la violencia hacia las mujeres no debe ser mirado como un hecho aislado, sino como una manifestación más del sistema de vida inhumano en el que vivimos, donde la violencia se expresa de manera constante en todos los ámbitos y en todas sus formas.
El problema exige un cambio de actitud en la sociedad, en la cultura, en la educación, en las relaciones y en la propia mirada del hombre sobre la mujer y de la mujer sobre sí misma. La necesidad de abordar la cuestión de la violencia contra la mujer desde un nuevo enfoque, un enfoque humanista, es hoy evidente.
Esto no es algo que pueda hacer sola la mujer, la revalorización de la mujer no es sólo una lucha de mujeres realizada por mujeres, sino de mujeres y hombres complementándose y aportando sus mejores cualidades en una dirección humanista. No es cosa de bandos, ni de simples mejoras dentro del actual sistema, se trata de un cambio profundo y revolucionario.
Mujeres y hombres necesitamos posicionarnos y encabezar este proceso orientado hacia el cambio profundo de nuestra sociedad, dando paso a una nueva sensibilidad que ponga al ser humano como el valor central, que propicie la igualdad de derechos y la igualdad de oportunidades, que, ante las costumbres, estereotipos y roles asumidos “naturalmente”, impulse la crítica, la autocrítica y la libertad de pensamiento para salir de las “verdades” impuestas hacia nuevas realidades, que, ante los modelos y papeles uniformes para la mujer, aliente la diversidad de costumbres, modelos y culturas y que, ante cualquier tipo de discriminación o violencia, sea o no hacia la mujer, abanderemos una oposición justa.
Las mujeres de todas las culturas pueden muy bien dar una lección a este mundo. Porque hoy en día, en que el individualismo esquizofrénico desestructura todos los estamentos sociales, ellas albergan el mayor gesto de generosidad que pueda ofrecerse: son las madres de todos nosotros y son las guardianas de esa cualidad intrínsecamente femenina que consiste de dar todo sin esperar nada a cambio.