Es ampliamente conocido que el presidente de los Estados Unidos ostenta junto con su cargo el título de Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas de ese país. Sin embargo, en realidad “Mr. President” es un prisionero de su propio ejército y de la industria armamentística que aprovisiona a esa maquinaria de confrontación.
La lógica de esa paradoja es sencilla e intentaremos su explicación. A lo largo de la Historia, todos los ejércitos, que en un primer momento son una herramienta para la expansión imperial, terminan siendo una de las principales causas de la caída y desaparición de esos imperios.
Las razones son evidentes. Una de las más importantes radica en el altísimo costo que representan esas milicias, su avituallamiento, la provisión de municiones, los costos de armamentos cada vez más sofisticados, el transporte, los salarios e innumerables otros gastos que no guardan relación alguna con su manifiesta improductividad.
Para ilustrar este hecho con algún dato: el presupuesto de “defensa” oficial de los Estados Unidos -o sea aquél para el cual se solicita formalmente la aprobación del Congreso- es de aproximadamente 518 billones de dólares para el año en curso. Si se tiene en cuenta sin embargo, que varias otras partidas presupuestarias (por ejemplo las referidas al armamento nuclear que se incluyen en el Departamento de Energía) que constituyen parte del financiamiento militar, no están contempladas en la cifra anterior, se llega a un presupuesto bélico general cercano a los 800 billones. En el año anterior, el paquete de “defensa” representó un 21% del presupuesto total, similar a las porciones dirigidas al financiamiento del sistema de salud y al monto aplicado a la seguridad social. Así las cosas, sostener el aparato militar supone 1/5 del presupuesto total.
La desproporción de este monto de 800 billones de dólares –11 ceros detrás del número 8– queda clara cuando se lee que esto representa aproximadamente la mitad del gasto militar mundial. La sorpresa (y por supuesto el disgusto) no cesan cuando se verifica que este presupuesto es 8 veces mayor que el segundo mayor despilfarrador de dinero en estas materias, la República Popular China, a la cual siguen Francia, el Reino Unido, Japón, Rusia, Alemania y otros pertenecientes al clan.
Este presupuesto para gastos militares equivale al presupuesto estatal total de los últimos 180 países en el ranking mundial. Sólo para hacer alguna comparación entonces, USA gasta en “defensa” 20 veces más que el presupuesto total del estado de Chile, 200 veces más que el presupuesto de Costa Rica o Georgia y unas 1000 veces los recursos totales de Haití, Mauritania o Togo.
Pero si para algunos esto es gasto inadmisible e inmoral, para otros es fuente directa de inmejorables negocios, manutención de una fuerza de choque necesaria para lucrativas actividades alejadas del suelo patrio o simplemente una fuente de sustento.
Y más allá de esto, aún si el comandante Obama lograra pactar con el conglomerado industrial militar en sus múltiples ramas para que reconvirtiera su criminal actividad hacia otro tipo de producción, ¿qué haría con un millón y medio de soldados activos en busca de reinserción laboral?
Como es sabido, los ejércitos de dominación se alimentan de mano de obra desocupada o en búsqueda de ascenso social, de aquellos para los cuales calzar un uniforme y aventurarse en tierras lejanas resulta un horizonte más atrayente en términos de prestigio y dinero que la vida habitual de un desocupado, subocupado u obrero no calificado en los Estados Unidos. Así como nubios, númidas, íberos, celtas y godos alimentaban las legiones romanas, hoy el componente latino y negro es cada vez más preponderante en el ejército norteamericano.
La historia reciente de los períodos posteriores a los conflictos bélicos muestra ese terrible problema de la desinserción laboral. En la desgarrada Centroamérica, por ejemplo, donde el terrorismo de Estado y las guerras civiles cobraron miles de víctimas, los bandos armados desmovilizados nutren hoy gran parte de la delincuencia a gran escala en sus diferentes modalidades.
Obama es un rehén de la violencia del sistema que públicamente pondera. Claro que ésta es una prisión de lujo y alejada de la tortura de Guantánamo, pero no deja de ser cierta la coacción de su libertad operativa. El Jefe Obama es así prisionero de su propia tribu guerrera, que destruye a otros y termina fagocitando también a quienes la alimentan.
Sin embargo, el peso de la industria de las armas y de sus propios mercenarios, no son sus únicos carceleros.
Obama es también prisionero de la mayor dictadura del mundo, la del gobierno chino. Extrañamente – o no tanto – no se dirigen las habituales críticas y sermones democráticos hacia los intolerantes chinos sino a países pequeños pero altivos como Cuba, sobre la cual descargan los aparatos de propaganda su artillería verbal, o – en general – hacia todos aquellos países que no siguen los mandatos de la comerciocracia occidental.
Extrañamente – o no tanto – es Cuba la que soporta los efectos de un bloqueo comercial cincuentenario y no la China prepotente, a quien no sólo no se la “castiga”, sino que se la premia con preferencias arancelarias para exportar a USA.
Todo esto tiene también una sencilla explicación. Los Estados Unidos de Norteamérica son el país más endeudado del mundo, debe más de 1.300 billones de dólares, algo así como sesenta mil dólares por cada ciudadano. Esa deuda – en gran parte alimentada por el gasto militar y recientemente por los conocidos salvatajes financieros – equivale al total de la impagable deuda externa que sostenía el tercer mundo en su conjunto en 1990, deuda que la condenaba al servilismo y la miseria.
Es como si el garrote de dominación militar, política y económica empuñado por la administración norteamericana se hubiera transformado en un bumerang, golpeando hoy con fuerza a quienes pretendían sojuzgar a otros. Es como si la cuerda que tensaban las otrora superpotencias USA y URSS en su cruel lucha por la preeminencia durante la denominada Guerra Fría, al ser soltada por uno de los contendientes, hiciera trastabillar a su contraparte.
Pero volvamos al endeudamiento estadounidense y al gobierno chino: según fuentes oficiales, se calcula que el 66% de la deuda externa de EEUU está en manos extranjeras. La mitad de este apreciable botín es compartido por China y Japón, casi en partes iguales. Así, los ahorros orientales han financiado el exceso consumista y los afanes guerreristas de los Estados Unidos. Más aún, luego de la recesión económica producida por la crisis de especulación financiera, el gobierno chino tuvo que salir a socorrer a la economía mundial con fuertes créditos para consumo. Estos créditos han ciertamente anestesiado el efecto inmediato de la crisis, al menos a través del incremento de consumo de su población, desatan sin embargo un proceso de consecuencias poco auspiciosas para un de por sí ya sobre exigido medioambiente. De este modo, los chinos chantajean a los distintos gobiernos del mundo con sus dineros, como antes lo hacía el Fondo Monetario. Así se explica el silencio sobre la metodología para nada democrática de ese gobierno y sobre el pisoteo de los más elementales derechos humanos de expresión y –por qué no– de oposición al régimen.
De este modo, Mr. Obama, primer presidente de piel negra de los Estados Unidos, se encuentra con grilletes y celosamente custodiado por su industria militar, su propio ejército y sus prestamistas chinos.
¿Adónde ir? ¿A quién recurrir para huir de esa cárcel? Como es habitual en estos casos, habrá que buscar ayuda fuera de los muros de la prisión. Allí, señor presidente, fuera de esas murallas se encuentra la mayoría de la población mundial, allí estamos quienes pueden liberarlo. Esa mayoría “invisible” es la que quiere realmente la Paz, es la que quiere el respeto mutuo, la inclusión y la diversidad, es la que ansía profundamente el imperio de la justicia social y la dignidad humana. Esa mayoría de “invisibles” es la que quiere el verdadero progreso, el progreso humano y espiritual, el de la solidaridad que construye el avance real del género.
Allí están sus aliados, Sr. Obama, y son los únicos en quienes podrá confiar y que lo ayudarán a desmontar la trampa en la que está encadenado. Esa mayoría invisible es la que derriba los muros, los pasados, presentes y futuros, porque en lo profundo de sus corazones anida la verdadera búsqueda de libertad, que no acepta muralla, división ni limitación alguna.
Aún en el caso que Usted decidiera desistir del gran intento de transformar el mundo, aún cuando traicionara los sueños de hombres como Martin Luther King o las convicciones de otras tantas Grandes Almas que orientaron las mejores construcciones humanas, no se preocupe, los invisibles lo haremos de igual manera.