Son los últimos supervivientes: todo lo que queda de una civilización otrora vibrante que creó su propia religión e idioma, y que tenía nombres especiales para todas las cosas, desde los animales de la selva tropical a las estrellas en el cielo nocturno.
De sólo cinco personas se compone la totalidad de la población superviviente de los Akuntsu, una tribu amazónica muy antigua que hace una generación contaba con varios centenares de miembros, y que ha sido destruida por una trágica combinación de hostilidad y abandono.
La comunidad indígena, que vivió miles de años aislada y sin contacto exterior, dio recientemente otro paso fatal hacia la extinción con la muerte de su sexto miembro superviviente, una anciana llamada Ururú.
Ururú, quien aparece en estas imágenes (tomadas en 2006 y las más recientes de la tribu) era considerada la matriarca de los Akuntsu. El pasado 1 de octubre, murió de vieja en una choza de paja y hojas. La noticia de su muerte se dio a conocer hace un par de semanas, cuando la tribu recibió la visita de defensores de los derechos humanos que llevan esta última década luchando por proteger sus tierras de la deforestación.
*“Atendí el funeral”*, dice Altair Algayer, un representante local de Funai, la agencia gubernamental brasileña para la protección de los territorios indios. *“Murió en una casita. Escuchamos llantos y nos acercamos corriendo, pero ya había muerto”*. La muerte de Ururú significa que la totalidad de la población Akuntsu consiste actualmente en tres mujeres y dos hombres. Todos ellos son, o bien parientes cercanos, o no están en edad de tener descendencia, por lo que la desaparición final de la tribu es ya inevitable.
Sin embargo, la lenta muerte de esta comunidad indígena es mucho más que un desgraciado accidente. El hecho representa la materialización, planeada desde hace tiempo, de uno de los actos de genocidio más perfectos de la historia humana. La suerte que han corrido los Akuntsu se ve en los grupos de presión como una lección práctica sobre los peligros físicos y culturales a que se enfrentan las tribus sin contactar en el llamado “primer contacto”.
Por razones obvias, mucha de la historia de los Akuntsus no está documentada. Durante milenios vivieron en el olvido, en el interior de la selva tropical del estado de Rondonia, una remota región del oeste de Brasil cercana a la frontera con Bolivia. Cazaban jabalíes, agoutis y tapires, y tenían pequeños huertos en sus pueblos donde cultivaban mandioca (o yuca) y maíz.
En la década de los 80, se firmó su orden de ejecución: se invitó a granjeros y madereros a que comenzasen a explorar la región, se construyeron carreteras en el interior de la selva y se convirtieron lo que eran zonas verdes totalmente inexploradas en lucrativos campos de soja y ranchos de ganado.
Los nuevos trabajadores inmigrantes eran insaciables y sabían que había una cosa que podía impedirles convertir la selva tropical en tierras de labor rentables: el descubrimiento de tribus sin contactar cuyas tierras estuviesen protegidas del desarrollo bajo la constitución brasileña.
Como consecuencia, los hombres de frontera que se tropezaron por primera vez con los Akuntsu a mediados de los 80 hicieron un sencillo cálculo. La única forma de prevenir que el Gobierno se enterase de la existencia de esta comunidad indígena era borrarla del mapa.
En algún momento, se cree que sobre el año 1990, montones de Akuntsu fueron masacrados en un lugar a unas cinco horas en coche de la localidad de Vilhena. Sólo escaparon con vida siete miembros de la tribu que se escondieron en el interior de la selva para poder sobrevivir.
Estas siete personas no fueron “contactadas” formalmente hasta 1995, cuando los investigadores de Funai llegaron finalmente a la región y pudieron ofrecerles un área de 26.000 hectáreas de selva protegida. Entre ellos estaba la difunta Ururú, que era hermana del jefe y chamán de la tribu, Konibú.
*“Apenas sabemos cómo fue la vida de Ururú”*, dijo Algayer, miembro del equipo de Funai que los descubrió por primera vez. *“En los 14 años que hemos pasado con ella, siempre se mostraba como una persona feliz y espontánea… Nos contaba que tenía cuatro hijos y que todos habían sido asesinados a disparos durante la masacre. No sabemos quién era su esposo o cómo había muerto”*.
Otra miembro del grupo de siete, conocida como Babakyhp, murió en un insólito accidente en 2000, cuando un árbol cayó sobre su choza durante una tormenta. Los demás supervivientes son Pugapía, la esposa de Konibú, que tiene unos 50 años, sus hijas Nãnoi y Enotéi, que tienen alrededor de 35 y 25 respectivamente, y una prima, Pupak, que tendrá cuarenta y tantos.
La prueba de su sufrimiento es visible en las heridas de bala que tanto Konibú como Pupak mostraron a los cámaras durante el rodaje de un documental sobre su odisea (Corumbiara: they shoot Indians, don’t they) , filmado durante los últimos 20 años y recién estrenado en Brasil.
Este sufrimiento también se evidencia en un hecho bien sencillo: por sí solo, el acervo genético de los Akuntsu no les permitirá sobrevivir otra generación.
Como al parecer la costumbre tribal no permite el matrimonio con personas de fuera, el grupo está definitivamente condenado a desaparecer.
La historia de los Akuntsu no es única. Incluso si consiguen escapar a la persecución, comunidades que nunca se han encontrado con el mundo exterior se enfrentan con frecuencia a la tragedia. Normalmente pierden entre el 50 y 80 por ciento de sus miembros en cuestión de meses, ya que no tienen inmunidad ante enfermedades comunes.
Sus formas de vida tan antiguas también se suelen corromper con la llegada de personas del exterior. Aunque las tribus indígenas apenas tienen interés por las posesiones materiales, y no entienden el concepto de dinero, su indumentaria tradicional y sus rituales son vulnerables al cambio.
Los defensores esperan ahora que el destino de la tribu, que se pondrá de relieve ante el público por la muerte de Ururú, sirva para persuadir a los brasileños de que fortalezcan la protección gubernamental de los pueblos indígenas.
Stephen Corry de Survival International, una organización de derechos humanos que ha estado trabajando con Funai, declaró: *“Los Akuntsu están en un callejón sin salida. En unas décadas, este pueblo otrora vibrante y autosuficiente dejará de existir y el mundo habrá perdido otra pieza más de nuestra increíble diversidad humana.*
*Su genocidio es un siniestro recordatorio de que en el siglo XXI aún existen tribus sin contactar en varios continentes que se enfrentan a la aniquilación mientras sus tierras son invadidas, saqueadas y robadas. No obstante, esta situación se puede revertir si los gobiernos respetan sus derechos del suelo de acuerdo con la legislación internacional.*
*La opinión pública es vital; cuanto más gente hable por los derechos tribales, mayores posibilidades habrá de que tribus como los Akuntsu sobrevivan en el futuro”*.
*Fuente: The Independent*
Traducción: Elena Sepúlveda