por Leonardo Boff
Mirando a mis nietos jugando en el jardín, saltando como cabras,
rodando por el suelo, y subiendo y bajando de los árboles, me surgen
dos sentimientos. Uno de envidia, pues ya no puedo hacer nada de eso
con las cuatro prótesis que tengo en los miembros inferiores. Y otro
de preocupación: ¿a qué mundo tendrán que enfrentarse dentro de
algunos años?
Los pronósticos de los especialistas más serios son amenazantes. Hay
una fecha fatídica o mágica de la que hablan siempre: el año 2025.
Casi todos afirman que si ahora no hacemos nada o no hacemos lo
suficiente, la catástrofe ecológico-humanitaria será inevitable.
La lenta recuperación de la actual crisis económico-financiera que se
nota en muchos países, todavía no significa una salida de ella.
Solamente que terminó la caída libre. Vuelve el desarrollo/crecimiento, pero con otra crisis: la del desempleo.
Millones de personas están condenadas a ser desempleados estructurales, es decir, que no volverán a ingresar en el mercado de
trabajo, ni siquiera quedarán como ejército de reserva del proceso
productivo. Simplemente son prescindibles. ¿Qué significa quedar
desempleado permanentemente sino una muerte lenta y una desintegración profunda del sentido de la vida? Añádase además que hasta esa fecha fatídica están pronosticados de 150 a 200 millones de refugiados climáticos.
El informe hecho por 2.700 científicos «State of the Future 2009» (O
Globo de 14.07/09) dice enfáticamente que debido principalmente al
calentamiento global, hacia 2025, cerca de tres mil millones de
personas no tendrán acceso a agua potable. ¿Qué quiere decir eso?
Sencillamente, que esos miles de millones, si no son socorridos,
podrán morir de sed, deshidratación y otras enfermedades. El informe
dice más: la mitad de la población mundial estará envuelta en
convulsiones sociales a causa de la crisis socio-ecológica mundial.
Paul Krugman, premio Nóbel de economía de 2008, siempre ponderado y
crítico en cuanto a la insuficiencia de las medidas para enfrentar la
crisis socioambiental, escribió recientemente: «Si el consenso de los
especialistas económicos es pésimo, el consenso de los especialistas
del cambio climático es terrible» (JB 14/07/09). Y comenta: «si
actuamos como hemos venido haciéndolo, no el peor escenario, sino el
más probable será la elevación de las temperaturas que van a destruir
la vida tal como la conocemos».
Si probablemente va a ser así, mi preocupación por los nietos se
transforma en angustia: ¿qué mundo heredarán de nosotros? ¿Qué
decisiones se verán obligados a tomar que podrán significar para ellos la vida o la muerte?
Nos comportamos como si la Tierra fuese nuestra y de nuestra
generación. Olvidamos que ella pertenece principalmente a los que van
a venir, nuestros hijos y nietos. Ellos tienen derecho a poder entrar
en este mundo mínimamente habitable y con las condiciones necesarias
para una vida decente que no sólo les permita sobrevivir sino florecer e irradiar.
Los escenarios a los que nos hemos referido nos obligan a soluciones
que cambian el cuadro global de nuestra vida en la Tierra. No sirve
seguir ganando dinero con la venta del derecho a contaminar (créditos
de carbono) y con la economía verde. Si el genio del capitalismo es
saber adaptarse a cada circunstancia, siempre que se preserven las
leyes del mercado y las oportunidades de ganancia, ahora debemos
reconocer que esta estrategia no es ya posible. Precipitaría la
catástrofe previsible.
Si queremos tener futuro, debemos partir de otras premisas: en vez de
explotación, sinergia humanos-naturaleza, pues Tierra y humanidad
forman un único todo; en lugar de competir, cooperar, base de la
construcción de la sociedad con rostro humano.
Me dan alguna esperanza los teóricos de la complejidad, de la
incertidumbre y del caos (Prigogine, Heisenberg, Morin) que dicen: en
toda realidad funciona la siguiente dinámica: el desorden lleva a la
auto-organización y a un nuevo orden, y así, a la continuidad de la
vida en un nivel más alto. Porque amamos las estrellas no tenemos
miedo de la oscuridad.
*Fuente: www.servicioskoinonia.org*