No sólo muertes fraticidas ha tenido como consecuencia el movimiento por la defensa de sus tierras de los habitantes de la zona selvática de Tarapoto, en el Perú.
También se ha generado un intenso movimiento planetario virtual que manifiesta su repudio en miles de sitios de la internet y en varios idiomas, ante los actos que terminaron con la vida de unos 50 peruanos de ambos bandos, todos ellos de clases populares o indígenas. A quienes rechazan tales sucesos, hay que sumar igualmente otras cuantas páginas en las que se elogia la determinación de quienes ordenaron esas muertes o en las que hay quienes se congratulan por la muerte de gente de clases o razas ‘inferiores’, incivilizados o bárbaros.
Lo humano es diversidad, nos guste o no nos guste.
Sin embargo, es interesante destacar un gesto diverso que rompe con la monolítica y pareja conducta de una muy pequeña porción de nuestra humanidad, los políticos, que suelen demostrar una uniformidad a toda prueba en su comportamiento cuando se trata del poder y de los cargos de cualquier nivel.
Carmen Vildoso, quien era ministra de la Mujer y Desarrollo Social del gobierno de Alan García, presentó la renuncia a su cargo el lunes recién pasado, explicando que la misma se debió a ‘consideraciones políticas’.
Todo parece indicar que tales consideraciones se basan en su molestia por el manejo gubernamental de la situación acaecida en el interior del Perú, particularmente por la forma en que el ministerio del interior explicó la situación a la opinión pública al día siguiente de producidas las muertes.
Razones pueden ser estas u otras que quizás nunca conoceremos, pero lo destacable es que esta vez no se trate de actos de corrupción ni de malos manejos administrativos (leáse igualmente; corrupción) o de situaciones personales impostergables que, si mal no recuerdo, siempre han resultado ser puestos mejor pagados.
Este gesto diferente, esta conducta atípica en la que prefiero sospechar raíces que arraigan en el pasado progresista de la ex-estudiante de sociología de la Universidad de San Marcos, es alentadora y abre esperanzas de que la nueva sensibilidad de la época está dando brotes incluso en ese terreno estéril y falto de abono ético en el que se mueven los ‘representantes’ del pueblo.